No tiene nada que ver con las tablas.
A Karina
En estos momentos la incertidumbre del qué pasará mañana, está latente. Claro, todos tenemos la oportunidad de borrar de alguna manera nuestros errores, de pensar lo que queramos, pero qué sucede cuando nuestros sueños se depositan en la imposibilidad de los actos.
Por ello nos damos cuenta que nunca tuvimos la rienda de tu vida en la mano, que todo depende de un giro inesperado de tu destino. Un giro que nunca será. Entonces la vida se complica, se desbaratan los sueños. Esa huerta de esperanzas es arrasada por la corriente que no nos devolverá nada.
Entonces la vi pasar, como quien divisa un barco en la lejanía de su perdición. Ese oleaje indiferente que llega a la playa. Ella estremece cada una de mis riveras sin siquiera ella saberlo, ignorando cada una de mis peticiones de auxilio. Es tonto llamar a la marea –amor –pero a veces es necesario, todo, para no volcarnos en la locura de arrojar botellas al mar sabiendo que no volverán. Porque esas botellas contienen cada maldita tristeza acumulada en este encierro y que al fin de cuentas es lo único que nos acompaña.
Ella surca el horizonte inalcanzable de la lejanía.
Es claro que ni ella ni yo debimos cruzarnos, ni en visionarios encuentros de castillos, ni rescates de torres de babel. Esa torre de Babel que ideé para mi conveniencia. Para que confundiéramos y malinterpretáramos las distancias.
Nuestro futuro está tan cercano que depende del movimiento ajeno para que funcione. Esa papita caliente al que llamamos destino, no es más allá que una ilusión que no controlamos.
Entonces y sólo entonces conocemos la magnitud de nuestros delirios. Porque un suspiro de alguien puede cambiarnos la concepción de la vida, de nuestros enfoques. O un reproche que puede herir nuestras ya patéticas susceptibilidades.
En estos momentos de incertidumbre, vago sobre palabras, sólo por decir que había un mundo por delante, pero que ya te lo has devorado.
M. Angel Elías
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La de los helados?