...entonces y sólo entonces esa impotencia te explota por los ojos. Pero no es suficiente porque un legajo de incertidumbres aún quedan incrustadas en el fondo. De esas incertidumbres que carcomen cada resquicio que sobran de cordura. Sabes lo que debes hacer y no lo haces por cobardía. Y diariamente te levantas aun con la espinita incrustada en la dignidad que se desangra lenta, muy lentamente, haciendo de tu agonía un patético espectáculo.
Y todos los días muy de mañana sonreímos esperando que con ello se solucionen los problemas insulsos que no concluimos, pero que cada mañana, más tarde, pasan campantes frente a nuestras miserias.
Entonces seguimos con el miedo de lo inevitable, de lo que creemos irremediable. Y ya no salimos a luchar, porque nuestra falta de valentía nos lo impide. Aunque la lucha ya esté concluida, sin siquiera averigüemos cuál es el resultado.
Muchas veces la parte difícil de esta lucha es iniciarla, pero lo es más, mantenerla, porque se vuelve onerosa y corrosiva, así que, dejamos pávidamente la disputa.
O el miedo de saber el resultado de tanta espera, de tanta lucha, es lo frustrante. No por el resultado, que al final puede ser bueno o malo. Sino por lo que trae, una incertidumbre de mierda, del miedo infernal que hace abandonar, antes de tiempo, el altercado.
Entonces tártaro comienza antes de la muerte. Cuando todavía tienes la sensibilidad de un ser vivo, la tortura contiene su dosis de dolor excesiva. La muerte tiene la ventaja de carecer de la sensibilidad proporcionada por el calor humano. Antes de eso, es un averno.
Entonces cada mañana, el mundo se encarga de recordarnos puntualmente, que no existe mañana, mientras sigamos en la misma molotera de signos carentes de sentido. Y nos seguirá un sentimiento de rabia contra nosotros. Ese sentimiento de que debemos estar en otro lado, sin perder el tiempo haciendo nada.
Pero no lo hacemos, por el maldito miedo en el que vivimos, en que crecimos, y en el que somos aparentemente felices. Por ello somos una gama de colores en blanco y negro. Y la vida se nos atraviesa contoneándose diariamente frente a nosotros esperando inútilmente que nos levantemos y que le pidamos un deseo. Un deseo que gustosamente nos concedería, si tan solo extendiéramos la mano y mostráramos algún interés.
Ahora este presente espera, desea, busca y necesita un despertar. Para demostrarnos que el riesgo no es más allá, de la exigencia que nos hagamos.
Pero... no lo hacemos. Nos dormimos esperando la primavera que tardará en llegar. El invierno es largo y penoso, lo sabemos, pero no hacemos nada por afrontarlo, sólo esperamos pasivamente que un ventarrón nos arrebate la vida, o que un témpano de hielo nos deje ciegos e imposibilitados frente a nuestros miedos. Sólo esperamos eso, que una fuerza aparentemente externa nos deje sin la posibilidad de sobrevivir. Talvez lo más triste es que mientras pasa todo esto, nosotros somos los espectadores, de primera fila, en nuestro declive. Vemos cómo se apaga lentamente nuestra esperanza, sin querer auxiliarla. Y pasa el tiempo derritiendo cada expectativa frente a nuestros ojos. Y no hacemos nada. Esperamos no llegar vivos a la primavera, que desde hace semanas se asentó sobre nuestras madrigueras y que no hemos salido a ver.
A veces los dolores son tan iguales, con rostros tan distintos, con variadas ropas.
Hoy yo me siento así.
Y me he sentido así desde hace ya algunas semanas, amable lector. Por la maldita cobardía de no buscar y pedir lo que merezco. Una respuesta.
Y todos los días muy de mañana sonreímos esperando que con ello se solucionen los problemas insulsos que no concluimos, pero que cada mañana, más tarde, pasan campantes frente a nuestras miserias.
Entonces seguimos con el miedo de lo inevitable, de lo que creemos irremediable. Y ya no salimos a luchar, porque nuestra falta de valentía nos lo impide. Aunque la lucha ya esté concluida, sin siquiera averigüemos cuál es el resultado.
Muchas veces la parte difícil de esta lucha es iniciarla, pero lo es más, mantenerla, porque se vuelve onerosa y corrosiva, así que, dejamos pávidamente la disputa.
O el miedo de saber el resultado de tanta espera, de tanta lucha, es lo frustrante. No por el resultado, que al final puede ser bueno o malo. Sino por lo que trae, una incertidumbre de mierda, del miedo infernal que hace abandonar, antes de tiempo, el altercado.
Entonces tártaro comienza antes de la muerte. Cuando todavía tienes la sensibilidad de un ser vivo, la tortura contiene su dosis de dolor excesiva. La muerte tiene la ventaja de carecer de la sensibilidad proporcionada por el calor humano. Antes de eso, es un averno.
Entonces cada mañana, el mundo se encarga de recordarnos puntualmente, que no existe mañana, mientras sigamos en la misma molotera de signos carentes de sentido. Y nos seguirá un sentimiento de rabia contra nosotros. Ese sentimiento de que debemos estar en otro lado, sin perder el tiempo haciendo nada.
Pero no lo hacemos, por el maldito miedo en el que vivimos, en que crecimos, y en el que somos aparentemente felices. Por ello somos una gama de colores en blanco y negro. Y la vida se nos atraviesa contoneándose diariamente frente a nosotros esperando inútilmente que nos levantemos y que le pidamos un deseo. Un deseo que gustosamente nos concedería, si tan solo extendiéramos la mano y mostráramos algún interés.
Ahora este presente espera, desea, busca y necesita un despertar. Para demostrarnos que el riesgo no es más allá, de la exigencia que nos hagamos.
Pero... no lo hacemos. Nos dormimos esperando la primavera que tardará en llegar. El invierno es largo y penoso, lo sabemos, pero no hacemos nada por afrontarlo, sólo esperamos pasivamente que un ventarrón nos arrebate la vida, o que un témpano de hielo nos deje ciegos e imposibilitados frente a nuestros miedos. Sólo esperamos eso, que una fuerza aparentemente externa nos deje sin la posibilidad de sobrevivir. Talvez lo más triste es que mientras pasa todo esto, nosotros somos los espectadores, de primera fila, en nuestro declive. Vemos cómo se apaga lentamente nuestra esperanza, sin querer auxiliarla. Y pasa el tiempo derritiendo cada expectativa frente a nuestros ojos. Y no hacemos nada. Esperamos no llegar vivos a la primavera, que desde hace semanas se asentó sobre nuestras madrigueras y que no hemos salido a ver.
A veces los dolores son tan iguales, con rostros tan distintos, con variadas ropas.
Hoy yo me siento así.
Y me he sentido así desde hace ya algunas semanas, amable lector. Por la maldita cobardía de no buscar y pedir lo que merezco. Una respuesta.
Angel Elías
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