Ya han pasado 30 años del terremoto del ‘76 en Guatemala. Y aunque no lo viví, sí comparto ese sentimiento por el pasado que ese terremoto destruyó. Comparto la pena de miles de guatemaltecos que perdieron familiares en esa tragedia.
Poco puedo imaginar la sensación de acostarse y ver cada detalle de la vida por última vez. Ver el lugar donde crecí como un espejismo tan frágil, sin saberlo. Dar las buenas noches a seres que de su sueño profundo pasaron a la incertidumbre y después al no despertar más.
Esas heridas que ahora pareciera han cerrado, pero permanezcan intactas en las mentes de quienes sobrevivieron.
Nosotros, los que no vivimos esa tragedia, somos la generación que viene de la que sobrevivió, los que nacimos con la fortuna de nuestro lado. Esa Guatemala que fue arrebatada en segundos por un designio natural.
¿En realidad hemos tomado pulso de lo que realmente pasó? No lo creo, vemos esa tragedia como un espacio más en los libros de historia. No le damos el verdadero significado a vivir en el riesgo de un país completamente telúrico.
Aquella sombra nocturna de 7.5 grados, sorprendió a todos. No hubo ningún guatemalteco que esperara esa tragedia. Por impredecible y devastadora.
Ver fotos y relatos de la época, es identificarse con un pueblo sufrido. Con una Guatemala desconocida, pero latente. Desconocida en el sentido que el terremoto cambió su rostro en cuestión de medio minuto. Y latente porque ese mismo fenómeno duerme bajo nuestros pies.
Guatemala se ubica en la convergencia de tres placas tectónicas continentales. Que nos recuerdan, a manera de avisos, que el mundo está vivo y en constante cambio.
Lugares que quedaron completamente destruidos, hablamos, que se quedaron sin infraestructura en un 100 por ciento, fueron San Martín Jilotepeque, San Juan Comalapa, Chimaltenango, Tecpán Guatemala, En el departamento de Chimaltenango. Así como Sololá, Quiché, Baja Verapaz, y Alta Verapaz departamentos que sufrieron grandes daños.
Ya treinta años han pasado, ¿Hemos aprendido la lección?
Es poco o nada lo que recordamos de esas fechas. Y es poco lo que hemos avanzado en el conocimiento sobre este tipo de eventos.
En ese sentido tenemos una capacidad de reacción ante estos eventos naturales, como quedó demostrado durante la tormenta Stan, pero aún no tenemos la capacidad de prevención, que sería lo más importante.
La tormenta Stan, dejó al descubierto que somos vulnerables, que construimos sobre arena. Que no tenemos cuidado en las construcciones. Y que además nuestro problema no es estructural sino social.
Develó los serios problemas que tenemos en prevención desastres. Pérdidas humanos, desconcierto y hasta aprovechamiento de personas para su beneficio, nos deja ver que aún somos ese país del ’76, pero sólo que ahora más corrompidos, y con más gente.
A la hora de un desastre, la ciudad de Guatemala tiene a sus alrededores cientos de asentamientos humanos, en laderas, a orillas de barrancos, con las mínimas condiciones de seguridad.
Entonces, el colapso sería inminente. Nos gusta vivir al filo del peligro, he ignorar que lo hacemos. Así estamos tranquilos. Por ahora se sabe que los hospitales colapsarían, habrían pandemias mortales, que la mitad de la población fallecida sería consecuencia de la catástrofe y la otra de enfermedades endémicas. Y la pregunta queda al aire: ¿Hemos aprendido la lección?
Angel Elías
Poco puedo imaginar la sensación de acostarse y ver cada detalle de la vida por última vez. Ver el lugar donde crecí como un espejismo tan frágil, sin saberlo. Dar las buenas noches a seres que de su sueño profundo pasaron a la incertidumbre y después al no despertar más.
Esas heridas que ahora pareciera han cerrado, pero permanezcan intactas en las mentes de quienes sobrevivieron.
Nosotros, los que no vivimos esa tragedia, somos la generación que viene de la que sobrevivió, los que nacimos con la fortuna de nuestro lado. Esa Guatemala que fue arrebatada en segundos por un designio natural.
¿En realidad hemos tomado pulso de lo que realmente pasó? No lo creo, vemos esa tragedia como un espacio más en los libros de historia. No le damos el verdadero significado a vivir en el riesgo de un país completamente telúrico.
Aquella sombra nocturna de 7.5 grados, sorprendió a todos. No hubo ningún guatemalteco que esperara esa tragedia. Por impredecible y devastadora.
Ver fotos y relatos de la época, es identificarse con un pueblo sufrido. Con una Guatemala desconocida, pero latente. Desconocida en el sentido que el terremoto cambió su rostro en cuestión de medio minuto. Y latente porque ese mismo fenómeno duerme bajo nuestros pies.
Guatemala se ubica en la convergencia de tres placas tectónicas continentales. Que nos recuerdan, a manera de avisos, que el mundo está vivo y en constante cambio.
Lugares que quedaron completamente destruidos, hablamos, que se quedaron sin infraestructura en un 100 por ciento, fueron San Martín Jilotepeque, San Juan Comalapa, Chimaltenango, Tecpán Guatemala, En el departamento de Chimaltenango. Así como Sololá, Quiché, Baja Verapaz, y Alta Verapaz departamentos que sufrieron grandes daños.
Ya treinta años han pasado, ¿Hemos aprendido la lección?
Es poco o nada lo que recordamos de esas fechas. Y es poco lo que hemos avanzado en el conocimiento sobre este tipo de eventos.
En ese sentido tenemos una capacidad de reacción ante estos eventos naturales, como quedó demostrado durante la tormenta Stan, pero aún no tenemos la capacidad de prevención, que sería lo más importante.
La tormenta Stan, dejó al descubierto que somos vulnerables, que construimos sobre arena. Que no tenemos cuidado en las construcciones. Y que además nuestro problema no es estructural sino social.
Develó los serios problemas que tenemos en prevención desastres. Pérdidas humanos, desconcierto y hasta aprovechamiento de personas para su beneficio, nos deja ver que aún somos ese país del ’76, pero sólo que ahora más corrompidos, y con más gente.
A la hora de un desastre, la ciudad de Guatemala tiene a sus alrededores cientos de asentamientos humanos, en laderas, a orillas de barrancos, con las mínimas condiciones de seguridad.
Entonces, el colapso sería inminente. Nos gusta vivir al filo del peligro, he ignorar que lo hacemos. Así estamos tranquilos. Por ahora se sabe que los hospitales colapsarían, habrían pandemias mortales, que la mitad de la población fallecida sería consecuencia de la catástrofe y la otra de enfermedades endémicas. Y la pregunta queda al aire: ¿Hemos aprendido la lección?
Angel Elías
Comentarios
´FIJÁTE VOS USTÉ, QUE YO SI PASÉ POR ESO, Y TUAVIYA ME ACUESHDO.
FUE BIEN BIEN FELLO.
PERO NI MODO, HIERBA MALA NUNCA MUERE.
¿ESTAMOS DE ACUERDO, VAA?