Desde que tengo memoria he vivido en un ambiente rural. Y creo que lo seguiré haciendo. Aclaremos que cuando me refiero a rural, no aludo a la imagen que mucha gente tiene. Esa imagen distorsionada de incivilizado, alejado de modernidad y casi neodendertales, sino simplemente la vida que se lleva alejado de la urbe.
Sucede que la gente de la urbanidad tiene una visión un poco folclórica y paternalista con la población rural.
Claro, que las desigualdades sociales son evidentes entre la población urbana y rural, pero eso no es la causa de este escrito. Aunque en los últimos tiempos las clases sociales tienen un marcado diferencial en el área urbana. Sucede que pretenden disimularlo.
Resulta que desde mi infancia he tenido la oportunidad de estar entre la ciudad y el campo, algo que no varía hasta estos días. Entonces he visto siempre a la ciudad como un lugar de visita, de paso. No como un lugar para vivir.
No me agrada la idea del trasporte colectivo para, por ejemplo, ir a visitar a mi abuela o cruzar la ciudad. Algo que sucede en la ciudad.
Cuando digo rural, no me refiero a esa imagen pintoresca y edénica que se tiene de campos llenos de árboles frutales y animales que llegan a comer de la mano de quien les dé.
No, simplemente me refiero a la forma de vida más simple, más llena, menos tensa. Esa forma de vida que no requiere i pods, ni celulares con cámara, ni Internet banda ancha.
Esa vida de pueblo, para ser específicos.
En la vida de pueblo, todos se conocen y se saludan. Existe ese lazo de mancomunidad que los amalgama.
Es ese levantarse todos los días. Sin encontrar asesinatos en las esquinas, ni bullicio en la calle. Se goza del silencio. No como ausencia de sonidos sino como la ausencia de su exceso.
En los pueblos, la leche va en cabra llamada Tencha en la calle. El mugido de las vacas anuncia la alborada. Y las aves también anuncian su paso.
Es ir a meterse de pequeño a los pastizales, a los terrenos llenos de pinos para subirse a los árboles y correr ardillas.
La modernidad llegará a esto linderos, es irremediable. Y lo que vivimos será como una pintura en nuestra memoria.
Nos preguntaremos ¿por qué, todo lo que fue nuestro, recuerdos, añoranzas, sentimientos, ya no existen?
Es curioso, pero la ciudad sumergida en su supuesta modernidad, no tiene el privilegio de nosotros, ya que su memoria será, edificios, concreto, y animales en el zoológico.
Pero es más curioso que la gente de allá, venga con nosotros, con un halo de compasión por nuestro atraso postmoderno y hasta con aires de superioridad por pertenecer a la metrópoli.
Es claro que prefiero, mi ruralidad a la posmodernidad. Sólo es cuestión de preferencia. No puedo extrañar algo que no conozco o que conozco demasiado bien.
La gente nos tiene cierta compasión por carecer de televisión con cable. Y se preguntan cómo sobrevivimos así.
Se siembra una época donde los excesos, de tecnología y servicios casi superfluos, son de importancia aparentemente, vital. Y la vida simple, de campo, rural, y sencilla se ve como un atraso.
Angel Elías.
Sucede que la gente de la urbanidad tiene una visión un poco folclórica y paternalista con la población rural.
Claro, que las desigualdades sociales son evidentes entre la población urbana y rural, pero eso no es la causa de este escrito. Aunque en los últimos tiempos las clases sociales tienen un marcado diferencial en el área urbana. Sucede que pretenden disimularlo.
Resulta que desde mi infancia he tenido la oportunidad de estar entre la ciudad y el campo, algo que no varía hasta estos días. Entonces he visto siempre a la ciudad como un lugar de visita, de paso. No como un lugar para vivir.
No me agrada la idea del trasporte colectivo para, por ejemplo, ir a visitar a mi abuela o cruzar la ciudad. Algo que sucede en la ciudad.
Cuando digo rural, no me refiero a esa imagen pintoresca y edénica que se tiene de campos llenos de árboles frutales y animales que llegan a comer de la mano de quien les dé.
No, simplemente me refiero a la forma de vida más simple, más llena, menos tensa. Esa forma de vida que no requiere i pods, ni celulares con cámara, ni Internet banda ancha.
Esa vida de pueblo, para ser específicos.
En la vida de pueblo, todos se conocen y se saludan. Existe ese lazo de mancomunidad que los amalgama.
Es ese levantarse todos los días. Sin encontrar asesinatos en las esquinas, ni bullicio en la calle. Se goza del silencio. No como ausencia de sonidos sino como la ausencia de su exceso.
En los pueblos, la leche va en cabra llamada Tencha en la calle. El mugido de las vacas anuncia la alborada. Y las aves también anuncian su paso.
Es ir a meterse de pequeño a los pastizales, a los terrenos llenos de pinos para subirse a los árboles y correr ardillas.
La modernidad llegará a esto linderos, es irremediable. Y lo que vivimos será como una pintura en nuestra memoria.
Nos preguntaremos ¿por qué, todo lo que fue nuestro, recuerdos, añoranzas, sentimientos, ya no existen?
Es curioso, pero la ciudad sumergida en su supuesta modernidad, no tiene el privilegio de nosotros, ya que su memoria será, edificios, concreto, y animales en el zoológico.
Pero es más curioso que la gente de allá, venga con nosotros, con un halo de compasión por nuestro atraso postmoderno y hasta con aires de superioridad por pertenecer a la metrópoli.
Es claro que prefiero, mi ruralidad a la posmodernidad. Sólo es cuestión de preferencia. No puedo extrañar algo que no conozco o que conozco demasiado bien.
La gente nos tiene cierta compasión por carecer de televisión con cable. Y se preguntan cómo sobrevivimos así.
Se siembra una época donde los excesos, de tecnología y servicios casi superfluos, son de importancia aparentemente, vital. Y la vida simple, de campo, rural, y sencilla se ve como un atraso.
Angel Elías.
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¿verdad?