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Mostrando las entradas de agosto, 2006

Papeles Amarillos

Para: Alejandra Solórzano, Claudia Herrera y Patricia Orantes, con especial cariño. Y la vida se vuelve un remolino de sentimientos encontrados. La vida ¿es vida, si extinguimos lo que queda de nosotros? ¿Si tratamos de escapar de su acérrima persecución? Claro, que luego jugamos, retozamos, y formamos volcancitos con las cenizas que quedan. Entonces ese juego por tratar de olvidar queda en segundo plano. Porque ya no importa, porque el papel que jugamos en la vida nos da la experiencia necesaria, la experiencia que buscamos. Pero, ¿Nos golpea recordar? ¿Nos sentimos mal por carecer de la valentía necesaria para afrontar nuestros miedos más profundos? ¿Los recuerdos por malos que fuesen, no son la pauta hacernos más fuertes? Por supuesto, nos golpea recordar, nos lastima, nos lacerea, nos vuelca en un incontenible mar de lágrimas, que ya rotas nos vulnera el alma, ¿Necesario? Útil. Nos sirve de retrovisor, como una forma de no estrellarnos con la pared de atrás, para que no nos volvamo

Picuegallo

*El pasado 15 de agosto estuve en la elección de Señorita de la Asociación Nacional de Ciegos de Guatemala. Fui uno de los jurados para la actividad. Las señoritas muy coquetas, no querían salir con bastón en la actividad. Y les colocaron una alfombra para que ellas, gracias a su alta sensibilidad, supieran dónde acababa el escenario. La actividad se le denominó como el primer festival de cultura y arte. Donde se eligió a su representante y hubo concurso de cuento, poesía, declamación, manualidades y pintura. Realmente quedé encantado con el evento. Ya que de por sí armar actividades culturales en este país es un logro, es un logro mayor armarlo por primera vez para personas invidentes. Un detalle muy conmovedor es que las participantes en el certamen de belleza, al conocer el resultado saltaron de alegría por la ganadora. Pero era una alegría sincera y no agridulce, como se acostumbra ver en este tipo de eventos. Realmente estas chicas tienen un corazón enorme y una ternura de oro. Fe

Un Libro soluciona el apetito

Desde hace algún tiempo he tenido un problema serio con los libros. Ellos han rivalizado con mi apetito. Y es que algunos le tenemos un amor tan grande a los libros, a sus secretos y a ese olor de recién desempaquetado, que casi morimos por ello. Resulta, que nada se compara a la sensación de hojas recién graficadas. O la suavidad de las hojas blancas y las pastas duras. Es claro, que como todo en este mundo inmundo, esa sensación es manchada por el dinero, entonces la cosa toma otro tinte. Resulta, que en una de mis vagancias por el centro histórico, encontré un libro, que desde hace mucho tiempo buscaba. Es ese libro, que uno pide en las librerías y la dependiente, sin quitar la vista de su periódico, nos dice: No Hay. Cuando lo encontré, casi me da una ataque de euforia, como si hubiese encontrado el jeroglífico que develaba la desaparición maya, y pregunté el precio. Acto seguido me veo caminado cuadras después, sin el libro, con un hambre de la chingada y una sed del mismo tamaño.

Apuntes sobre las lecturas de poesía

Publicado en Prensa Libre Sección Cultura abril 2005 Han de ser y serán, las lecturas de poesía, una forma de decirle al mundo sus verdades de una manera meta-lingüística única. Pero desde que sorprendió el joven francés Arthur Rimbaud con la novedad de su poesía, pareciera que ya nadie se interesa en sorprendernos. Las lecturas de poesía son para deleitarnos de un rítmico lenguaje metáforas vanguardistas, talvez un poco de nuevos elementos que aporten algo para la obra de quien lee. Ahora es diferente, en la mayoría de lecturas se limitan a retransmitir lo ya escrito. Como si quien fuera a ese tipo de eventos fuera un alfabeto disfuncional; y aunque ese fuera el caso, por qué no regalarle algo "nuevo" en una de esas famosas lecturas. El escritor se inmiscuye en su propia obra, releyendo sus mismos viejos poemas, que talvez sean buenos, pero eso no implica que siempre los tenga que leer. Claro está que no ocurre en todos los casos, y que no existen poemas que no merezcan volv