Ciertamente, las ausencias son irremediables. Porque no somos entes ectoplasmáticos para bilocarnos, trilocarnos o cuatrilocarnos y estar en cualquier lugar a todas horas. Acto que no sería nada despreciable, pero conociéndonos tendríamos un límite de traslados y volveríamos al dilema de querer estar en 50 lugares cuando solo podemos estar en 25.
Las ausencias nos demuestran lo terrenales que somos, lo dependientes que llegamos a ser del otro. Nos demuestra con una bofetada lo importante que alguien es con su ausencia. Pero por alguna tonta razón no entendemos hasta que no está.
La ausencia ayuda a reencontrarnos. Nos ayuda a pensar mejor las cosas y no ahogarnos en una relación de tres. Nos ayuda para regresar con una enorme sonrisa en los labios, cuando semanas antes se pensaba que ya nada tenía una solución estable.
Ausentarse es retraerse hacía sí mismo. Es descubrir con un espejo lo que nos ahoga, nos molesta, nos fastidia y lo que nos amarga la vida.
La ausencia sirve para descubrirse. Proceso que no nos gusta enfrentar. Por miedo a descubrir lago turbio sobre nosotros.
Entonces preferimos los retoques de pintura. Porque es menos doloroso. Y en apariencia es más efectivo. Aunque por dentro ya no tengamos remedio. Entonces la ausencia no es prioridad, ni ese viaje al interior una preferencia.
Porque lujos superfluos suplantan la necesidad de sentirnos vivos y bien. Y la tarjeta de crédito compra una felicidad artificial a plazos con la menor tasa de interés.
Mi ausencia en el blog es justificable, necesitaba unas merecidas vacaciones. Donde mis prioridades fueran otras, donde no tuviera contacto con mi país, y donde estuviera con otras personas.
La ausencia es eso. Buscar las repuestas en otros lugares, desapareciendo por un tiempo de lo que conocemos para adentrarnos en una selva desconocida. Conociendo una realidad distante, pero idéntica. Viendo con otros ojos el mundo y reconociendo las miles de ausencias más que se encuentran en el viaje.
Nada, como conocer la vida de un desconocido y adentrarse en ese laberinto de destinos y añoranzas de un individuo que se conoce en el bus. Porque mi olfato de entrevistador no me traiciona y me ayuda adentrarme poco a poco en una vida ajena, que me hace vivirla sin vivirla. Que me hace imaginarla sin verla.
Entonces comienza otro viaje, completamente distinto al primero. Porque, en esos viajes el guía conoce todas las rutas. Tanto las turísticas como las ocultas. Ya que es su vida, su esperanza.
Entonces la ausencia propia ayuda a poner atención a otros mundos, porque el propio ya no importa. Como en ese egoísmo donde el otro no importa y donde mi vida es el eje central de universo.
Entonces esa responsabilidad de creernos dueños del universo pesa. Y nos cansa. Y nos sofoca. Porque es una pena muy grande tener el mundo sobre los hombros.
Pero con esa ausencia, el mundo no nos pertenece más allá de simples espectadores. Entonces la carga se aligera, porque solo llevamos la curiosidad como guía y ausencia como compañía.
Las semanas anteriores descubrí que el mundo es más allá de lo nos muestran los ojos y más allá de lo que nuestras penas nos permiten ver.
Las ausencias nos demuestran lo terrenales que somos, lo dependientes que llegamos a ser del otro. Nos demuestra con una bofetada lo importante que alguien es con su ausencia. Pero por alguna tonta razón no entendemos hasta que no está.
La ausencia ayuda a reencontrarnos. Nos ayuda a pensar mejor las cosas y no ahogarnos en una relación de tres. Nos ayuda para regresar con una enorme sonrisa en los labios, cuando semanas antes se pensaba que ya nada tenía una solución estable.
Ausentarse es retraerse hacía sí mismo. Es descubrir con un espejo lo que nos ahoga, nos molesta, nos fastidia y lo que nos amarga la vida.
La ausencia sirve para descubrirse. Proceso que no nos gusta enfrentar. Por miedo a descubrir lago turbio sobre nosotros.
Entonces preferimos los retoques de pintura. Porque es menos doloroso. Y en apariencia es más efectivo. Aunque por dentro ya no tengamos remedio. Entonces la ausencia no es prioridad, ni ese viaje al interior una preferencia.
Porque lujos superfluos suplantan la necesidad de sentirnos vivos y bien. Y la tarjeta de crédito compra una felicidad artificial a plazos con la menor tasa de interés.
Mi ausencia en el blog es justificable, necesitaba unas merecidas vacaciones. Donde mis prioridades fueran otras, donde no tuviera contacto con mi país, y donde estuviera con otras personas.
La ausencia es eso. Buscar las repuestas en otros lugares, desapareciendo por un tiempo de lo que conocemos para adentrarnos en una selva desconocida. Conociendo una realidad distante, pero idéntica. Viendo con otros ojos el mundo y reconociendo las miles de ausencias más que se encuentran en el viaje.
Nada, como conocer la vida de un desconocido y adentrarse en ese laberinto de destinos y añoranzas de un individuo que se conoce en el bus. Porque mi olfato de entrevistador no me traiciona y me ayuda adentrarme poco a poco en una vida ajena, que me hace vivirla sin vivirla. Que me hace imaginarla sin verla.
Entonces comienza otro viaje, completamente distinto al primero. Porque, en esos viajes el guía conoce todas las rutas. Tanto las turísticas como las ocultas. Ya que es su vida, su esperanza.
Entonces la ausencia propia ayuda a poner atención a otros mundos, porque el propio ya no importa. Como en ese egoísmo donde el otro no importa y donde mi vida es el eje central de universo.
Entonces esa responsabilidad de creernos dueños del universo pesa. Y nos cansa. Y nos sofoca. Porque es una pena muy grande tener el mundo sobre los hombros.
Pero con esa ausencia, el mundo no nos pertenece más allá de simples espectadores. Entonces la carga se aligera, porque solo llevamos la curiosidad como guía y ausencia como compañía.
Las semanas anteriores descubrí que el mundo es más allá de lo nos muestran los ojos y más allá de lo que nuestras penas nos permiten ver.
Angel Elías
Comentarios
Un placer leerle.
Saludos.