Esa noche. La lluvia caía inexorablemente sobre las cabezas de los que pasaban sin voltearla a ver. Aquella mujer lloraba. Y nadie parecía darse cuenta de ello. Su zapatilla se había roto. La misma que él, el que cruza la esquina sin voltearla a ver, le había regalado en el día de su cumpleaños treinta.
Tuvieron que pasar cientos de personas para darse cuenta que la vida no se detiene. Que la lluvia no dejará de caer. Y el recuerdo, es un hombre que cambia de sombrero, según el clima.
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Ellos se encontraron y se reconocieron. Como la vez que se encontraron en Atitlán y compartieron sueños, hace ya hace varios años. Ahora se hallaron a miles de kilómetros, en diferentes circunstancias. Él la reconoció por aquel lunar en el cuello. Y ella reconoció la cicatriz en la mano, la misma que se hizo por cortarle una rosa en San Valentín. Ambos desde su separación sabían que su encuentro era insalvable. ¿Pero, por qué ahora? ¿En estas circunstancias? El vuelo de ella se había cambiado en Barajas y él llegaba en el que entraba. Nunca se encontraron dentro el aeropuerto. Ni dentro del avión. Ambos regresaban a América.
Si tan sólo se hubieran visto antes, tal vez las cosas fueran distintas.
Ellos al reconocerse, son felices, por compartir un nuevo viaje. Eso, después de que su avión cayera al mar. Ahora en este encuentro la marea parece que los vuelve a reunir. Como ese juego de la vida donde no tenemos partida.
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Y veo a mi hija sosteniendo su helado en una tarde de abril. Es gracioso verla sostener con habilidad gatuna las bolas de su crema de vainilla y chocolate dentro del barquillo. Sé perfectamente que su felicidad depende completamente de su pericia, y la mía depende completamente de ella.
Y veo a mi hija sosteniendo su helado en una tarde de abril. Es gracioso verla sostener con habilidad gatuna las bolas de su crema de vainilla y chocolate dentro del barquillo. Sé perfectamente que su felicidad depende completamente de su pericia, y la mía depende completamente de ella.
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Una mujer escribe una carta en La Habana, mientras otra compra un sobre en Londres. Aquella mujer en París va a la oficina postal, coquetea con el dependiente. Cierta mujer en Río de Janeiro deposita en el buzón la carta, que luego, con el tiempo llega a su destino. Otra mujer en Guatemala recibe la carta y la devuelve a su prima que vive en Managua.
Una mujer escribe una carta en La Habana, mientras otra compra un sobre en Londres. Aquella mujer en París va a la oficina postal, coquetea con el dependiente. Cierta mujer en Río de Janeiro deposita en el buzón la carta, que luego, con el tiempo llega a su destino. Otra mujer en Guatemala recibe la carta y la devuelve a su prima que vive en Managua.
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Todos se preguntaban cómo un pastel había terminado en la rama más alta de aquel árbol el Domingo de Resurrección. Los vecinos de la casa donde ocurrió esto, dijeron que no habían visto nada extraño. Y que el Viernes Santo por la tarde, antes del la procesión del Santo Entierro no había nada. Por lo que dedujeron que aquel extraño fenómeno había sucedido el Sábado Santo. Muchas hipótesis surgieron, todas tratando de explicar cómo había sucedido. Tal era el dilema de aquel misterio, que no se percataron de una incógnita mayor, la que encerraba la aparición del un cerdo que pasible se había comido el pastel subido en la rama, desde el día anterior.
Todos se preguntaban cómo un pastel había terminado en la rama más alta de aquel árbol el Domingo de Resurrección. Los vecinos de la casa donde ocurrió esto, dijeron que no habían visto nada extraño. Y que el Viernes Santo por la tarde, antes del la procesión del Santo Entierro no había nada. Por lo que dedujeron que aquel extraño fenómeno había sucedido el Sábado Santo. Muchas hipótesis surgieron, todas tratando de explicar cómo había sucedido. Tal era el dilema de aquel misterio, que no se percataron de una incógnita mayor, la que encerraba la aparición del un cerdo que pasible se había comido el pastel subido en la rama, desde el día anterior.
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Ángel Elías
Ángel Elías
Comentarios
Te enio un abrazo papá gallino