Hace algunos días, anduve con mi amigo Raúl. En esa conversaciones que entablamos, donde hablamos de todo y de nada a la vez. Sucede que en esos días él había salido de una terapia clínica complicada que le dificultaba algunas cosas que acostumbraba hacer. Esa tarde salimos a tomar un café que se volvió té, eso por lo de su dieta y su terapia.
Desafortunadamente escogimos un lugar demasiado frecuentado por comensales. Que en pláticas anteriores, no nos percatamos de algunos detalles. Ya comenzada la plática y con el té humeando en nuestra mesa, él al igual que yo, vimos un espectáculo único. De belleza inigualable, comparado a pasarelas de París o Londres. Es cierto coincidimos, no había espectáculo más bello y sensual ante nuestros impotentes ojos.
Un sinfín de exuberantes comidas desafilaban ante nosotros. Por un lado, mi amigo, con una dieta y por otro yo que le hacía compañía en su martirio. Entonces lo vi. Raúl embelesado con pastas, pasteles, postres, helados, comidas fuertes, carnes, hamburguesas, y más pastas.
Mi amigo se me figuraba como aquellos adolescentes que se distraen con la sensualidad prohibida de las colegialas. Pero en realidad, me percaté que de alguna manera la comida tiene algún tipo de sensualidad, de atractivo. Que hace de ella algo apetecible.
Su olor, su textura, su sabor y por supuesto su presentación, la hacen objeto del deseo. Tal vez no de un deseo plenamente sexual, pero sí de un deseo primario, tan primario como la reproducción, la satisfacción del hambre e instinto de supervivencia. Una forma de buscar placer a través de la carne, y este caso especifico de las pastas.
La comida, tiene su encanto. Tiene la habilidad de convertir al Ser Humano, de un ser indómito a un bulto de complacencias. Razón por la cual toda celebración es acompañada de comida. Todo tipo de celebración lleva comida. Por su compañía y su sensualidad, por supuesto.
El deseo prohibido, que por cierto en el Edén fue un fruto. Aunque no especifique que tipo de fruto fue, debió ser apetecible y altamente deseable. Entonces, ¿Siempre hemos tenido la tentación en la boca? O en todo caso ¿Pecamos tres veces al día?
No lo creo. El deseo no tiene del todo que ver con el pecado. Raúl y yo deseamos la comida pero no por ello pecamos. Ni siquiera si lo hubiéramos probado.
Raúl para todo esto, tenía los ojos vidriosos de deseo. Y no era para menos. Después de una semana sin probar más allá de gelatinas y tés, ese debió ser lo más cercano al paraíso. Comer, o el buen comer es indiscutiblemente uno de las placeres que busca el Ser Humano. Se puede estar semanas sin sexo, pero ¿sin comer?
Esa tarde salimos de aquel lugar con una especie de insatisfacción oculta. El poder, pero no deber. O en el peor de los casos, querer pero no poder.
Aunque eso sí, prometimos volver. Para dejarnos llevar por el encanto, belleza y sensualidad de una que otra pasta italiana, una paella española o una que otra comida guatemalteca, que nos acompañe en nuestra soltería
Ángel Elías
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