Desde que era pequeño, admiré a la lluvia. Su mística, su primigenio elemento. Veía caer la lluvia desde los corredores de la casa de los tíos. Caía lentamente por el techo hasta la canaleta y luego en un enorme chorro al final del corredor. Corría lentamente hasta el sitio posterior de la casa. Allí se unían todos los chorros que caían en una gran cascada de sesenta centímetros que me divertía ver.
¿Cómo un niño de ocho años veía el paso del agua y su fin? Sencillo, perseguía la corriente. Con una capa improvisada de nylon y unas botas que me regaló una tía me colocaba bajo el chorro de la canaleta, luego perseguía la corriente y me entretenía por un rato con la caída del agua. Para ese entonces era un espectáculo ver llover. Además de los respectivos regaños por hacer algo que aparentemente era ilógico. Mojarse sin razón alguna. Eso nunca me importó y aunque algunas veces me resfrié lo seguía haciendo con el mismo entusiasmo de siempre.
Con el pasar de los años, hacíamos con las primas barquitos de papel. Ellas tienen una tienda, donde, con papel periódico, hacíamos aquellos grandes buques. Durante el torrencial hacíamos los barquitos, impacientes para empezar nuestro juego. Las calles, que eran empedradas, formaban un pequeño río en el centro. Éste corría hacia el tragante. Entonces soltábamos los barquitos. En una competencia que duraba más de media manzana. Al finalizar volvíamos a poner los barquitos hasta que se deshacían, y colocábamos otros.
Esa fascinación por la lluvia ha estado conmigo siempre. Su forma, su olor, su color y su sonido. El tamboreo de la lluvia en el techo como uno de los mejores somníferos. O el frescor de ella en la piel, algo que revitaliza.
Con el tiempo, mis padres hicieron su propia casa. Y pedí unos ventanales en el segundo piso de esa casa. Creo que pesó más la lógica que mi petición. Total se necesitaban para que entrara la luz a la casa. ¿La luz? ¿Quién había pensado en la luz? Mi petición aun me complace en los días de lluvia. Allí colocaron unos ventanales trasparentes. Donde veía la lluvia estrellarse en el vidrio. Para quedarme bobo viendo el concierto de salpicaduras, gotas y lluvia en los techos vecinos y por supuesto en los ventanales.
La lluvia siempre me ha cautivado. La creo romántica. Simple. La chica que con gusto se moje con uno, es especial. Que crea que la simpleza de la lluvia, llena, habla de poesía. Tengo muy pocos textos de la lluvia. Es como hablar de la novia que uno no puede describir, pero quiere que todos vean.
Ahora todos corren de la lluvia. Como si mordiera, o fuera una de las peores plagas. Se refugian y ponen cara de desconcierto. Mientras yo camino por las calles, viéndolos. Recuerdo la vez que me tomé unas fotos bajo la lluvia. Me encontraba a media calle y todos me veían raro. Como si nunca se hubieran tomado una foto. El agua me corría por las sienes y tenía una sonrisa que no se me borraba.
La lluvia ha sido para mí. Un homenaje, un comienzo nuevo. Mi año comienza cada invierno. Ahora, es invierno en este lado del trópico. Y la lluvia una constante. Salga, mójese por placer (no se empape) sienta por unos minutos ese correr de lluvia por su cuerpo, en su cabeza, sus brazos, rejuvenézcase. Que todos se den cuenta que adora la lluvia y que no le importa, sentirse por unos momentos vivo.
Ángel Elías
Comentarios
Me hiciste pensar en la gente que corre bajo la lluvia para no mojarse, ja, ja, que desatino ¿no?, nadie le puede ganar a los chorros celestiales...
YA ME TOCABA... !!!JEJEJE!!! YO AMO LA LLUVIA CLARO, QUE SI LO VEMOS DEL LADO ROMANTICO... TE HACE PENSAR Q NADA MALO PASA EN EL MUNDO...
Mich: No tiene nada de extraordinario? ja. Enfermarse? Me opongo a matar la pasion de la lluvia.
Tiene tantas aplicaciones eso...
Es interesante pensar en esas dicotomías, esos dobleces de la vida ¿no?...
Jajaja yo adoro la lluvia, y otros la odian. otros dias yo la odio y otros van en su auto cuando yo estoy en la parada del bus.
Uno de mis mayores encantos...
Como me ha gustado esto q escribes!!
un abrazo