A estas horas, a estos días, en esta situación, me doy cuenta que han pasado los años. Me doy cuenta que el tiempo ha transcurrido. Y no hay nada más que eso en el recuerdo, los años que se pasan en mí. Salgo de la casa, han sido 30 años de lo mismo. De corbatas y trajes viejos. Esta calle ha cambiado cuando la primera vez me perdí al encontrar el trabajo. Ahora deseo perderme para no regresar a él. En el camino hay de todo. Ventas de ropa usada, trajes gastados por los años. Una venta de fruta que nadie compró en el día. Esta calle es la misma, estos recuerdos son los mismos.
¿Qué fue de aquel muchacho que se quería devorar el mundo hace ya 30 años? ¿Qué ha sido de ese muchacho que creía en la poesía, en las utopías, en la música de protesta? Es cierto los años se encargan de marchitar las esperanzas. Tal vez esos sueños se quedaron perdidos de tantas veces que pasé por acá. Y todos los días regresé a buscarlos. A estos años ya ni eso me importa. Los sueños se quedaron amarrados en la corbata, en el traje sastre, en un trabajo que me hace sobrevivir.
¿La vida? Esa dama que siempre enamoré pero que no volteaba a verme. Que se mantenía ajena. A la que perseguí con locura muchas noches, muchos días. Ahora que hago recuento, que me doy cuenta que los años son ingratos, que no he hecho más que soñar con la nada. Me doy cuenta que al regresar a mi apartamento vacío, donde el alquiler me ha asfixiado por los últimos diez años, que no tengo nada.
Regreso en el bus, y todo parece oxidado, el neón de las luces, el óxido de los asientos hacen peor esta estadio. Este camino siempre ha sido el mismo. Nunca diferente. Ha pasado el tiempo y he entregado todo a la nada. ¿Mis pertenencias? Unos libros que ya nadie quiere y unos recuerdos que yo ya no deseo. Más allá de eso no soy más que una máquina solitaria con la depreciación cercana.
En algún lugar dejé la vida empeñada. En algún lugar dejé la vida y no recuerdo dónde. Al recorrer de los años y los vicios, nos damos cuenta que no hacemos nada más allá del fracaso. Ese fracaso del que tanto huimos. ¿Qué somos? ¿Unos fracasados potenciales?
El bus recorría su camino, frente a centro comerciales… calles con tránsito… mucha gente desesperada por dejar la vida… Así es, ayer en el espejo, no vi a nadie. No me reconocí. Las arrugas haya han poblado mi frente y las canas se cuentan por miles. La juventud, ese tesoro que preciaba se ha escapado. Frente a mis ojos detrás del espejo.
No hay remedio. En ese lugar, donde no recuerdo está mi vida aguardándome. Esperando mi retorno.
Con el tiempo, que me queda poco. Con los años acumulados, no hay nada que hacer. Más allá de observar cómo se me ha ido de las manos, cómo todo ese tiempo se ha ido en amores malogrados, pésimas relaciones, un trabajo que me disgusta y treinta años de miseria, que ahora acaban.
Aquel tipo, sacaba la navaja rápidamente de un hombre de cincuenta años, que se opuso al asalto. El ladrón escapó por la parte de atrás de la camioneta, mientras se llevaba mucho más que un par de billeteras, unos relojes y un poco de dinero…
Ángel Elías
¿Qué fue de aquel muchacho que se quería devorar el mundo hace ya 30 años? ¿Qué ha sido de ese muchacho que creía en la poesía, en las utopías, en la música de protesta? Es cierto los años se encargan de marchitar las esperanzas. Tal vez esos sueños se quedaron perdidos de tantas veces que pasé por acá. Y todos los días regresé a buscarlos. A estos años ya ni eso me importa. Los sueños se quedaron amarrados en la corbata, en el traje sastre, en un trabajo que me hace sobrevivir.
¿La vida? Esa dama que siempre enamoré pero que no volteaba a verme. Que se mantenía ajena. A la que perseguí con locura muchas noches, muchos días. Ahora que hago recuento, que me doy cuenta que los años son ingratos, que no he hecho más que soñar con la nada. Me doy cuenta que al regresar a mi apartamento vacío, donde el alquiler me ha asfixiado por los últimos diez años, que no tengo nada.
Regreso en el bus, y todo parece oxidado, el neón de las luces, el óxido de los asientos hacen peor esta estadio. Este camino siempre ha sido el mismo. Nunca diferente. Ha pasado el tiempo y he entregado todo a la nada. ¿Mis pertenencias? Unos libros que ya nadie quiere y unos recuerdos que yo ya no deseo. Más allá de eso no soy más que una máquina solitaria con la depreciación cercana.
En algún lugar dejé la vida empeñada. En algún lugar dejé la vida y no recuerdo dónde. Al recorrer de los años y los vicios, nos damos cuenta que no hacemos nada más allá del fracaso. Ese fracaso del que tanto huimos. ¿Qué somos? ¿Unos fracasados potenciales?
El bus recorría su camino, frente a centro comerciales… calles con tránsito… mucha gente desesperada por dejar la vida… Así es, ayer en el espejo, no vi a nadie. No me reconocí. Las arrugas haya han poblado mi frente y las canas se cuentan por miles. La juventud, ese tesoro que preciaba se ha escapado. Frente a mis ojos detrás del espejo.
No hay remedio. En ese lugar, donde no recuerdo está mi vida aguardándome. Esperando mi retorno.
Con el tiempo, que me queda poco. Con los años acumulados, no hay nada que hacer. Más allá de observar cómo se me ha ido de las manos, cómo todo ese tiempo se ha ido en amores malogrados, pésimas relaciones, un trabajo que me disgusta y treinta años de miseria, que ahora acaban.
Aquel tipo, sacaba la navaja rápidamente de un hombre de cincuenta años, que se opuso al asalto. El ladrón escapó por la parte de atrás de la camioneta, mientras se llevaba mucho más que un par de billeteras, unos relojes y un poco de dinero…
Ángel Elías
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