El guatemalteco busca el sufrimiento como un arma para sentirse vivo. Por alguna extraña razón los guatemaltecos nos autoflagelamos. Pareciera que nos gusta el sufrimiento. Que creyéramos que nuestra felicidad se encuentra al final de un camino de cardos y espinas. Idea que surge gracias a tantos años de represión social, religiosa y de educación. El final de todo es el paraíso. Acá, de este lado de la vida, a sufrir, para merecer el premio eterno.
Esto se da a todos los niveles, desde el profesional hasta el sentimental. ¿Cuántas parejas se buscan problemas sólo por separase y luego volverse a unir? En un círculo vicioso y un tanto extraño. Como guatemaltecos, somos raros. Cuando se le pregunta a cualquiera cómo se encuentra, éste responde con un -más o menos-. Y sólo se necesita un tanto de paciencia para escuchar una letanía de quejas y de desventuras. Eso porque tenemos la necesidad de compadecernos, de sentirnos mal. De sufrir por el camino de la tortura.
Luego, uno que preguntó, se siente igual de mal. Pareciera que el guatemalteco por decisión propia no desea ser feliz. Desea que cualquiera lo sea menos él. Y en este circo, todos nos vamos lamiendo las heridas por todos lados. Y de allí no somos una sociedad satisfecha. No somos una fiesta en el cuerpo como otras culturas.
Allí la explicación de cuál es la razón de que el guatemalteco sea alegre con tragos en la cabeza. Ya que puede ser cualquiera menos él mismo. La explicación de por qué el guatemalteco le gusta complicar su existencia. De no ser simplemente feliz.
¿Acaso la felicidad no puede ser sencilla? Sí lo puede ser. Pero preferimos decir que no. Porque queremos darle a nuestra existencia una historia torcida y que dé un poco, sólo un poco, de pena. Los guatemaltecos, nos complicamos mucho. Nos enredamos en historias extrañas y sombrías. Cuando el secreto para ser feliz, es más sencillo de lo que parece, no ser infeliz.
Luego nos aferramos, nos flagelamos, nos torturamos a la idea del sufrimiento. Porque es nuestra forma de vida. Porque creemos en todo aquello de la pena, de la cruz a cuestas. Nos inventamos el sufrimiento. Tomamos el camino más largo para llegar a la nada.
Con el tiempo nos damos cuenta que no sirvió para nada. Que lo único que hicimos fue consumir nuestra alma. Que lo que hicimos fue taladrarnos la vida. Y qué nos queda de todo ello al final de la vida. Un cúmulo de penas, rencores, desencantos y una enorme sensación de no haber vivido, de frustración y amargura.
De ello que somos una sociedad de resentidos, de querer que todos sean igual de infelices. De aferrados al pasado que dejamos escapar por tonterías, por ideales equivocados. Y con ello no enderezamos el barco, y con ello no enderezamos la vida. Nos revolvamos con el pasado. Con que fueron tiempos mejores. Cuando nosotros mismos nos encargamos de perderlo, cuando nosotros matamos esa esperanza por la felicidad. Por malinterpretar la vida, su objetivo. Al final, al recuento, nos decimos lo inútil: qué hubiese pasado si… en un intento imposible de recuperar la vida, lo que no existe.
La felicidad está más cerca de lo que cree, la tiene en las manos, amigo lector. Quítese las vendas de los ojos, arriésguese y sabrá que habrá valido la pena.
Esto se da a todos los niveles, desde el profesional hasta el sentimental. ¿Cuántas parejas se buscan problemas sólo por separase y luego volverse a unir? En un círculo vicioso y un tanto extraño. Como guatemaltecos, somos raros. Cuando se le pregunta a cualquiera cómo se encuentra, éste responde con un -más o menos-. Y sólo se necesita un tanto de paciencia para escuchar una letanía de quejas y de desventuras. Eso porque tenemos la necesidad de compadecernos, de sentirnos mal. De sufrir por el camino de la tortura.
Luego, uno que preguntó, se siente igual de mal. Pareciera que el guatemalteco por decisión propia no desea ser feliz. Desea que cualquiera lo sea menos él. Y en este circo, todos nos vamos lamiendo las heridas por todos lados. Y de allí no somos una sociedad satisfecha. No somos una fiesta en el cuerpo como otras culturas.
Allí la explicación de cuál es la razón de que el guatemalteco sea alegre con tragos en la cabeza. Ya que puede ser cualquiera menos él mismo. La explicación de por qué el guatemalteco le gusta complicar su existencia. De no ser simplemente feliz.
¿Acaso la felicidad no puede ser sencilla? Sí lo puede ser. Pero preferimos decir que no. Porque queremos darle a nuestra existencia una historia torcida y que dé un poco, sólo un poco, de pena. Los guatemaltecos, nos complicamos mucho. Nos enredamos en historias extrañas y sombrías. Cuando el secreto para ser feliz, es más sencillo de lo que parece, no ser infeliz.
Luego nos aferramos, nos flagelamos, nos torturamos a la idea del sufrimiento. Porque es nuestra forma de vida. Porque creemos en todo aquello de la pena, de la cruz a cuestas. Nos inventamos el sufrimiento. Tomamos el camino más largo para llegar a la nada.
Con el tiempo nos damos cuenta que no sirvió para nada. Que lo único que hicimos fue consumir nuestra alma. Que lo que hicimos fue taladrarnos la vida. Y qué nos queda de todo ello al final de la vida. Un cúmulo de penas, rencores, desencantos y una enorme sensación de no haber vivido, de frustración y amargura.
De ello que somos una sociedad de resentidos, de querer que todos sean igual de infelices. De aferrados al pasado que dejamos escapar por tonterías, por ideales equivocados. Y con ello no enderezamos el barco, y con ello no enderezamos la vida. Nos revolvamos con el pasado. Con que fueron tiempos mejores. Cuando nosotros mismos nos encargamos de perderlo, cuando nosotros matamos esa esperanza por la felicidad. Por malinterpretar la vida, su objetivo. Al final, al recuento, nos decimos lo inútil: qué hubiese pasado si… en un intento imposible de recuperar la vida, lo que no existe.
La felicidad está más cerca de lo que cree, la tiene en las manos, amigo lector. Quítese las vendas de los ojos, arriésguese y sabrá que habrá valido la pena.
Ángel Elías
Comentarios
Por eso caminamos viendo hacia el suelo, por eso nos quejamos a cada rato.
Si nos gusta sufrir. tal vez no.
Engler: Peeeero al final de todo eso, cuando salimos de la caberna y vemos que todo puede ser de colores. Somos felices y hasta podemos dar la vida con gusto en esa busqueda de la felicidad.
Asi sea...
de alli somos un pueblo incompleto. muy incompleto.
gracias por la visita y espero no sea la última