Mi amigo Guillermo se viene al pueblito solo por el picuegallo. Dice, que el sabor de aquel manjar no tiene comparación. La plática gira entorno a todo, los platillos van y vienen; nosotros pedimos más. Luego terminamos la fiesta con nuestro amigo Marcial con quien se pone mejor. Guillermo termina por irse ya en horas de la noche al asentamiento criminal, como él le llama a la capital.
Los amigos siempre son bienvenidos, una vez hablen bien del pueblito y de sus platillos.
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La soledad duele un poco. Pero no tanto con una poca tristeza. Se soporta con otro tanto de paciencia, pero no tanta como par que se acostumbre a estar con nosotros. La soledad no se aleja solo se mantiene a distancia. Como aquel vigía que espera a reencontrarnos. La despreciamos y siempre regresa. Otras veces la buscamos. Es esa amante de la que no nos separamos.
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Han hurtado a mis pececitos/ unos piececitos entraron y los ¿robaron? /el criminal les debió hacer dado ricitos/ para lograr escapar con ellos escondiditos/ aquellos, mis fishitos/ amarillos, rojos y casi marcianitos/ ese ladrón que se los llevo amarraditos/ no dejó ni pista ni huella de sus deditos/ de la pecera han salido mis tristes pececitos.
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Si encuentran mis pececitos. Avisen a la pecera municipal. Se reconocen porque para salir no se quitan las aletas, llevan un tanque de agua para respirar y hablan como dando besitos.
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El secuestrador mando una nota. En ella dice que los tiene capturados. Como prueba mando unas burbujas en el sobre. Aquel ladrón no sabe que las burbujas al igual que los recuerdos siempre regresan a su origen.
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Antes de reír ella ya me ha regalado las suficientes sonrisas estos ocho meses, capaces de cambiarse miles de ellas para que regresen los pececitos a la pecera.
El secuestrador pide lo que tengo.
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Ángel Elías
Comentarios
Vane
gracias por venir a este rincon cibernetico, lastima que ya no le diste de comer a los peces.
Pero los recuperaremos jejejeje