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Mostrando las entradas de diciembre, 2009

Al fin de año09

Todos los años acabamos un poco más viejos, otro poco cansados. Tal vez con un poco más de vida, pero al final de año terminamos con un cúmulo de experiencias sobre nuestras espaldas. El fin de año es del correr, el de asfixiarse con las cuentas y el de perderse dentro de una ola de consumo que termina por engullirnos. Para mí, este fin de año fue diferente. No hubo corre-corre. No hubo prisa, no hubo apuro. Salí de donde vivo por varios días. Esto para no tener contacto con nadie. Me refugié en una ciudad alejada de la capital, donde pude caminar sin prisas. Donde me detenía en cada cuadra a observar los detalles de la calle. En aquella ciudad, de tráfico liviano, no tuve reloj. No estuve sujeto a horarios. Más allá de los almuerzo y las cenas. Conocí varios cafés y restaurantes, a los que si hubiera estado corriendo nunca hubiera entrado. Platiqué con gente desconocida. Y cuando caía la noche regresaba a dormir, cansado de tanto caminar, pero contento. En aquella ciud

Picuegallo XIX

No hay nada más… la navidad puede decirse que se asienta en cada persona de casi todo el mundo… lo quieran o no. Para algunos una época de sonreír, para otros una época de llorar. Para ser franco este año no voy a despotricar contra el fin de año. Simplemente porque todos los años es lo mismo, y nada de lo que diga lo va a cambiar, tráfico, histérica colectiva, consumismo, todos los años recibimos una dosis igual. Al recorrer de los años se desvanece lentamente un tipo de euforia que teníamos de pequeños. Y ¡claro! Nos sentimos más viejos e inevitablemente comparamos el año transcurrido con el anterior y así sucesivamente. Como la película que todos los años pasan por la tv. Hace unos días leía el comentario de Jorge Sierra, decía, las mismas canciones, los mismos toques, las mismas letras de todos los años, nunca cambian. Ya es hora de que cambie. Me pareció acertado el comentario. Algo debe cambiar, a nivel personal o colectivo, no lo sé. Todos los años, todos los días

Una Mujer

Una mujer está sentada en las gradas de la entrada del edificio del Organismo Judicial en la ciudad de Guatemala. Tiene la mirada perdida, como buscando algo. Es sábado por la tarde. Casi nadie pasa junto a ella, casi nadie presta atención a la escena. A lo lejos observo. En un momento ella se limpia las lágrimas. La ciudad sigue con su ruido de autos y buses, su ruido de sábado. Más lejos el sonido de bocinas anunciado el inminente paso hacia la navidad. En las gradas del Organismo Judicial una mujer llora, está triste. Ella está frente a la estatua de unas manos entrelazadas que tira agua. Aquella mujer hace caso omiso a las palomas que bajan a bañarse. Así como el mundo no pretende darse cuenta de su sufrimiento. ¿Qué puede angustiar a esa mujer? ¿Qué puede ser tan fuerte como para que ella rompa el llanto en un sábado cualquiera? Aunque para ella ese sábado no es cualquiera. Aquella mujer está sola. Sin más allá que ese sufrimiento interno que la acompaña. Es sábado nadie pas

Si la pides, te la dan

En el área rural de donde vivo, todavía más rural dirían por allí, existe una tradición; la de pedir a la novia. Contrario a lo que se pueda pensar esta tradición se mantiene dentro de las familias indígenas y consiste en llegar a la casa de la novia para pedirla en matrimonio y es una tarea bastante protocolaria y de respeto por parte del novio. Hace poco platicaba con don Ramiro, un señor que según me contaba ha estado en 60 pedidas en toda su vida, 20 veces como representante del novio y el resto como testigo de la novia. En esta tradición la familia completa del novio llega a la casa de la novia en compañía de un representante que funge como testigo de que el hombre es trabajador y honrado. Y tiene la difícil tarea de convencer a los padres de la novia que dejen a su retoñito. Y que su futuro yerno no es malandro. A la cita deben acudir con comida tradicional de la región en canastos, licor artesanal (así dice un cuate, yo le digo es Cusha) las amigas de la novia y los amigos del n

7 de diciembre (quema del Diablo)

A finales del siglo XIX se comienza por la iglesia católica una tradición que se perpetúa a través de los años en Guatemala, la quema del Diablo. Con los años y con el tiempo pase de ser una necesidad a una tradición con bases arraigadas en la mente del guatemalteco. En un principio los fogatas se colocaban en las puertas de la casas para iluminar el paso de la Virgen de Concepción por las calles de la Guatemala de la Asunción. Ya que estas estaban pobremente iluminadas por faroles. Al paso de la virgen se creía que debía iluminarse y con ello se bendecían al paso. Luego la fogata tuvo un giro. Se convirtió un arma para sacar al diablo y que entonces el paso procesional pasara por lugares limpios del mal. Y así ha sido hasta la actualidad un arma para acabar el diablo (irónicamente gracias a Dante, se cree que el diablo vive en el fuego). Eso no evitó que la tradición de quemar al diablo se fuera extendiendo por toda Guatemala, dando así la pauta para que se formaran hasta c

Historia en 3 actos

Primer acto Una noche antes… (un niño de tres años durmiendo en una cama amplia, al fondo un escritorio, varios papeles, folders, y una mujer revisando esos papeles. El reloj al fondo marca las once y media de la noche. Da la apariencia que los está calificado. Y revisa constantemente sus notas. La mujer es una maestra que por momentos voltea a ver al niño que es su hijo esperando que no se haya despertado. Suena el celular de la mujer ello lo revisa con extrañeza. Lo lee en voz alta. Raquel: (con voz de extrañeza, viendo el celular) ¿Por qué no me responde los mensajitos, no se mantenga callada? (La mujer deja el celular, hace un gesto de incógnita, y voltea a ver a su hijo para ver si no se ha despertado por el sonido del celular. Vuelve a sus papeles y ve la hora, apresura su tarea) Telón Segundo Acto. A veces no basta un nombre (El niño dormido junto a su madre, el reloj del fondo marca las doce treinta de la noche. Un pila de papeles sigue apilada en el escrito