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Mostrando las entradas de septiembre, 2010

Para-Bus

Al llegar a la parada del bus, la vi. Con una chaqueta azul y una bufanda roja. Llovía fuertemente en la ciudad. Me había atrasado unos minutos porque mi jefe me pidió unos informes a última hora. Es costumbre de los jefes hacer ese tipo de cosas. A veces pienso que lo hacen para fastidiar a sus trabajadores. Por lo tanto sabía que tenía que esperar unos minutos en aquella parada. Ella parecía alguien agradable. Aunque su rostro tenía un extraño gesto de lejanía. Todos en esta ciudad están ausentes. Pero ella lo estaba un poco más. Siempre lo he dicho, las chicas bonitas no se meten a problema con tipos como yo. Ella me sonrió, y volvió a su lejanía. Me le acerqué y le pedí un cigarrillo. Realmente pudo ser cualquier cosa, a pesar de que no fumo, no quise parecer mojigato o tonto pidiéndole la hora. He visto que así lo hacen en el cine. No tengo, pero… tengo frío, respondió. No me esperaba esa respuesta. Si solo había pedido un cigarrillo. Aunque cualquier cosa es buena para hacer con

Hacer patria

A propósito de septiembre, mes de la patria, mes idóneo para sacar el pecho, inflar pulmones y gritar ¡Viva la independencia¡ Este mes es fantástico ya que el patriotismo insufla valor para sentirnos guatemaltecos. Queremos hacer patria con banderitas en los autos, Atitlán en el fondo de pantalla del computador.   Pasa el tiempo y los días en el calendario marcan que el quince de septiembre somos más guatemaltecos que el atol de elote. Que somos más chapines que la marimba, esa que no es hija de Lempira ni novia de Yucatán. El azul y el blanco del fervor patrio se derrama con antorchas y caminatas cívicas para celebrar ni más ni memos que la independencia de un país, que durante todo ese mes es el mejor del mundo: Guatemala. En realidad, los guatemaltecos dentro de su algarabía tienden a exagerar sus expresiones. Las antorchas de una libertad que es casi inexistente. Somos libres para elegir nuestros gobernantes, pero según parece los elegimos tan mal que parece que fueran impuestos l

Apofonía VIII

--> Recuerdos II: Esos retazos tiempo que encontramos cuando no los estamos buscando. Vivimos en el recuerdo de alguien y muchos viven en los nuestros. Pueden ser grandes aliados si fueron buenos, si fueron malos… los recuerdos, recuerdos son. Vida: hacete un café, servite. No tengás miedo a los qué dirán, porque ellos no saben nada. Allí está el periódico, ¿Qué noticias te llaman la atención? Recordá que siempre me ha gustado tu timidez, pero vamos, teneme confianza. Son 26 años de vivir juntos, de compartir secretos, sonreí que aún no nos hemos terminamos de conocer. Domingo: mal día. Sábado una antesala al infierno. Lunes… un poco de café muy necesaria para arreglar el mundo. Café en la mañana de lunes: yo no tomó café. No me gustan los lunes. Noticias antes de levantarme: Broma de mal gusto. No deberían pasar noticias malas antes del desayuno. No por lo menos antes de prepararme sorpresivamente unos huevos chamuscados. Buenos

1990

Aunque pudiera parecerlo, no son tantos años los que me ando cargando. Sin embargo pertenezco a una generación post-guerra.  Que vivió una niñez fuera del alcance de las bombas. Esas estaban escondidas en las montañas todavía. No se había firmado la paz, pero tampoco se estaban matando en la montaña. Eran tiempo de las casettes, de los rollos para cámaras de 110 mm. El fulgor de las polaroid en al zoológico la Aurora. Era tiempo en los cuales la computadora era un invento chino y el internet, simplemente no existía. Cuando para llamar a los parientes de la capital existían los teléfonos comunitarios. Que cuando los llamaban a uno, les iban a avisar a la casa. En mi época parvularia, que fue en escuela nacional, no tenía mochila. Llevaba mis cuadernos en una bolsa transparente y la refacción era un banano. Daban refacción en la escuela galleta escolar que venían todas en una bolsa del gobierno. Se podía comprar casi cualquier cosa con veinticinco

Textos Zip XX

--> Al verla allí todo fue algarabío. No es para tanto, le dije al conserje. A ella la recuerdo de trencitas y pantalones cortos. Vivía frente a la casa y todos los días llegaba a comprar jocotes congelados. Son veinticinco centavos, nena, le decía cada vez que llegaba. Creo que estaba enamorada de mí, porque llegaba a cada rato y todos los días. Fue nuestra mejor compradora de jocotes congelados. Me veía con sus enormes ojos, se sonreía y se iba corriendo. Cruzaba la calle y se metía a su casa. Seguramente se la pasaba chupando el jocote por toda su casa. Una vez se le perdió su gato. Llegó llorando preguntando por él. Realmente me dio pena por ella. Pasamos toda la tarde buscándolo. No lo encontramos juntos. Más tarde seguimos, le dije y ella solo resoplaba. Unas horas después encontré al gato en el jardín de uno de los vecinos. Estaba muerto, le dieron veneno. Al día siguiente le regalé un gato a ella. Creo que tu gato se fugó a gatópolis