Tarde calurosa de febrero. Bien dicen que ese mes es loco. Y claro nada puede ser más loco, que pensar que la vida puede ser un cúmulo de sorpresas. Suena el celular, ella me dice que no llegará, que tiene otra cosa que hacer, otra vez. Los amigos sonríen ante mi ingenuidad. Todos nos enfrascamos en un cúmulo de expresiones sin sentido. Un poco de congoja y pesar invade el ambiente. Es difícil hablar cuando se tiene el corazón vacío. Un poco de café al final de la sala, un poco de esperanza al final del día. Brindamos letras. Entonces, solo entonces, cuando poco a poco creemos que el aburrimiento será el menú del día, ella entra, comienza con la función.
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Un hombre me ve con la nostalgia que solo le puede dar una vida confusa. Voy en el bus y suena cualquier música barata. A todos parece gustarle. A mí me molesta. Veo por la ventanilla y diviso la bruma de una cuidad que poco a poco se duerme arrullada por bocinazos y el silbato del policía. El tránsito se detiene, el calor sube, desespera a un bebé que no deja de llorar junto a la secretaria que por ratos cabecea. Estoy parado en el pasillo con el cansancio escondido en los zapatos. Pensando en la bicicleta de la niñez. En el bosque que tenía cerca de mi casa, donde los atardeceres no eran tan brumosos.
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Una mujer me observa con recelo, pensará ¿Cómo dejan entrar tipos como ese a estos lugares? Tendrá un poco de razón, como es posible que yo entre a este tipo de lugares. Pero, es mi trabajo, vender naranjas con pepita. Todos juzgan mi pantalón que tiene algunos años y mucho humo. Y es que no es mi culpa que tenga tantos remiendos, el negocio de las naranjas ha estado muy mal los últimos meses y la renta ha subido mucho. Las naranjas han mantenido con vida a mis hijos. Soy muy responsable con mi trabajo, casi no falto. Algunas veces lo he hecho, pero porque amanecí en la espera del hospital general, mi hijo se enfermó de amebas. Mi chiquito lloró toda la noche esa vez. Trate de vender naranjas allí, en la salidita, los policías me dieron de garrotazos.
Esa mujer me observa con recelo, seguro quiere que me vaya.
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Esa canción sonó en el casamiento donde nos conocimos. Se casó tu prima con mi mejor amigo. Todos bailamos y tú reíste. Me dijiste que nada nos separaría esa noche, esa vida. Solo la muerte. Ahora te estás casando con otro. Es lógico, yo quería una mejor vida para ti, para nuestros hijos. En este país no hay oportunidad, te dije. Me voy a Los Ángeles, con mi compadre. Regresaré y seremos felices. Mi viaje empezó en nuestros sueños y terminó bajo las ruedas de ese tren entre Chiapas y Oaxaca. Suena esa canción maricona.
Ángel Elías
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Un abrazo.