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Mostrando las entradas de febrero, 2011

Déjà vu

Esta tarde aterricé en mis recuerdos. Por equivocarme en la parada del bus bajé frente a un restaurante donde tenía años de no pasar. Es más, poco recordaba que se encontraba allí. Resulta que cuando era pequeño solía pasar las vacaciones con mis padrinos en la capital de Guatemala. Eran tres semanas de videojuegos, hamburguesas y tv por cable. Cosas que en el pueblito no tenía. Entonces me encandilaba con esa gran ciudad de colores. Recuerdo que subía a la terraza de la casa para intentar ver los juegos de Playland Park; cosa imposible ya que nos separaban como 10 km. Mis tíos vivían en la carretera que sale hacia el Pacífico. Tenían membrecía de club y todo. Yo solo llegaba a jugar con mi primo. En uno de mis últimos viajes me llevaron a un restaurante que no conocía y al que casualmente me encuentro una vez más. ¿Su especialidad? El Torito. Juro que yo pensé en ese momento que me pasarían un animal vivo. Mi primo se encargó de explicarme que

Cuento Chino

Aquel lugar no parecía tan diferente al de otras ocasiones. Me gusta entrar a sitios desconocidos para saborear un poco aquello de las experiencias nuevas. Ahora saboreo manjares chinos y me he dedicado a buscar restaurantes más o menos reconocidos. De pequeño la comida china era algo extraño, exótico y que solo lo comían  en las películas. Todos los restaurantes a los que he llegado tienen algo chino, inscripciones o fotografías. La mayoría de lugares tienen características parecidas, los colores dorados, blancos y rojos son la preferencia. Este lugar no era diferente. Tenía el menú en inglés y español. Parecía libro de secundaria para ese otro idioma. Pato Duck, comida food y cosas por estilo. Lo único chino que tenía era un pequeño cuadro escrito en mandarín y sus dueños. Fui con un amigo que frecuenta ese lugar.  El dueño del sitio es un chino que pocas veces sale de la cocina. Y sale solo a gritar. Tiene su gabacha blanca y me lo imagino partien

La pelota se fue al patio vecino

Hace unos días llegó Ramón a mi casa. Me visitó con cara de angustia. Cada vez que se asoma sé cual es el problema, Marta. -Es que no la olvido-, me dice y se pone a gimotear. Aquel tuvo una relación hace unos meses, pero por razones raras ella le dijo que no podían seguir juntos. Esa noticia tomó por sorpresa a Ramón, quien desde ese día no es más que un cúmulo de lágrimas y lamentos. Marta por su lado luce feliz. La he visto un par de veces y parece que la separación le ha caído bien. No le digo nada a mi amigo, creo que sería peor. Con esta ya son varias tardes las que pasa en mi casa contándome su desgracia. Se sabe todas las canciones que lo hacen sentir peor. Anda con una foto de Marta, la saca de su billetera y la acaricia constantemente. Creo que Ramón está enfermo, algo ha de tener en la cabeza. Me cuenta sus ansiedades y luego se queda silencioso, como pensando en algo que no entiende. A veces me asusta, porque de la nada se pone a llorar.

Terapia ocupacional

Claro, la terapia ayuda, me dijo el analista. Y en efecto, antes de terminar internado es mejor preparar jardines y flores. Entonces empecé a cuidar macetas y arreglar petunias. Y mi ira se calmó. La ansiedad provocada por los días mermó poco a poco. Era claro que necesitaba un escape al bullicio de mi cabeza. Las voces, las voces, amigo doctor, no me dejan ni bañarme. Creo que Guatemala necesita una terapia ocupacional. Requiere de un momento para reencontrarse ante tanto desconcierto. Creo que es mejor sembrar flores que matar gente. Y es que esta ciudad sumergida en la vorágine de destrucción, yo presiento que el guatemalteco ha de estar enfermo. Algo ha de gestarse dentro de él para que se sienta muy perturbado. Para que se sienta casi extinto, para que necesite matar. Y en efecto, se mata a sí mismo. Trata por todos los medios de sacrificar lo último que le queda dentro de su salud mental. Diariamente se engulle toneladas de violencia que