Hace unos días llegó Ramón a mi casa. Me visitó con cara de angustia. Cada vez que se asoma sé cual es el problema, Marta. -Es que no la olvido-, me dice y se pone a gimotear. Aquel tuvo una relación hace unos meses, pero por razones raras ella le dijo que no podían seguir juntos. Esa noticia tomó por sorpresa a Ramón, quien desde ese día no es más que un cúmulo de lágrimas y lamentos.
Marta por su lado luce feliz. La he visto un par de veces y parece que la separación le ha caído bien. No le digo nada a mi amigo, creo que sería peor. Con esta ya son varias tardes las que pasa en mi casa contándome su desgracia. Se sabe todas las canciones que lo hacen sentir peor. Anda con una foto de Marta, la saca de su billetera y la acaricia constantemente. Creo que Ramón está enfermo, algo ha de tener en la cabeza.
Me cuenta sus ansiedades y luego se queda silencioso, como pensando en algo que no entiende. A veces me asusta, porque de la nada se pone a llorar. Me pide que hable con Marta, que le pida que regrese con él. Aunque creo que sería inútil.
En el amor uno quiere más que el otro. Alguno se queda como perdido en un abismo casi sin retorno. En este caso, mi amigo Ramón ha quedado extraviado en ese laberinto llamado ilusión. Y Marta ahora tiene un nuevo marcapasos llamado Felipe, con quien es feliz. Detalle que no sabe mi amigo y que acabaría con sus esperanzas, aunque creo que al final esa sería la cura. Y comprenderá que la pelota se fue al patio del vecino y que no se la regresarán.
Ángel Elías
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"aunque creo que al final esa sería locura"