Otto apareció nuevamente. Ese amigo que su sufrimiento por
su amada lo llevó a límites insospechados. Tenía algunos meses de no verlo. Se
apareció por la calle donde vivo. Resulta que para olvidar a su ex se fue a
vivir a Canadá. Y yo ni enterado. Me tenía que deshacer de su recuerdo y poner
tierra de por medio, me dijo. Ahora tiene otro semblante, más lozano, como
rejuvenecido. ¿Lograste olvidar a la fulana?, le manifiesto. No, me responde
inmediatamente.
Te cuento lo que me pasó, me dice. No sé, si es simplemente
suerte o en realidad el destino está extrañamente enmarañado y empecinado en
volverme por caminos extraños. Mi tía tiene
un negocio de autos y repuestos en Canadá y me preguntó si quería
trabajar un tiempo. Por poner distancia y olvido me fui, me dice Otto.
Efectivamente, el destino es extraño y misterioso. No hubo
forma de olvidar a su querida, a quien vi muy acaramelada en una librería
(historia que contaré después). Otto se fue en un avión presuroso y todavía con
delirium tremens, para Canadá. En el avión cuando veía alejarse los volcanes,
lagos y montañas de este país, cerró la ventana y empezó a cabecear. Su
compañero de asiento, a quien no conocía le empezó a hablar, para no sentir el
viaje. Le contó que era auditor, que trabajaba en una empresa importante, que
se sentía feliz con su trabajo. Otto por momento se perdía en sus pensamientos,
divagando en cómo aquel hombre movía los bigotes para hablar. Otto le pregunta
dónde trabajaba. ¿Hay cosas que no se preguntan cuando uno anda huyendo?, me
dice Otto. ¡Oh ironías de la vida!, estaba en la misma empresa en la que
trabajaba su ex. Su sangre se hizo hielo. Por increíble que parezca, hay algo
en el universo que conspira, argumenta.
Con cautela le hace preguntas para ver si llegan a su amada
y efectivamente conocía a su ex. Eran buenos amigos.
-¡Señorita, tráigame un whisky!
De todos los aviones, de todos los vuelos, de todos los
asientos, me tocaba ese, ese día y en ese momento, agrega.
Le contó que ella había renunciado, el tipo fue perdiéndose en
detalles que le parecieron sin importancia. Cinco horas después llegaron a
Toronto, se despidieron con un tembloroso saludo de manos. Se perdió en el
tumulto de gente del aeropuerto Pearson.
Los días transcurrieron, Guatemala era un difuso recuerdo
que poco a poco se iba asentando. Olvidar parece que es fácil. En el trabajo
mandaba informes sobre repuestos de autos a una importadora en el país. Decenas
de empresas y papeleo electrónico parece perderse en nombres latinoamericanos.
En el aniversario de la empresa, todos los clientes enviaron felicitaciones.
Una empresa envió, bellamente decorada, una fotografía de sus empleados. En la
parte posterior los nombres de ellos. ¡Ella estaba en la foto! En las venas, mi
amigo, ya debe tener témpanos de hielo. Verifica el nombre entre los empleados
y efectivamente es ella.
Luego se enteró que para una feria de importadores, en una
ciudad cercana a donde él se encontraba, estuvo ella también, fue la delegada
de esa empresa que es cliente. Estuvieron a dos salones en la misma feria, y no
se vieron.
¿Y ella sabe todo esto?, le cuestiono. No lo creo, responde.
Eso solo me pasa a mí, ella no creo que se dé por enterada.
¿Por lo menos allí termina todo?
No, responde. Todavía hay algo más. ¡Algo más!, no puede
ser, le respondo.
A todo ello Otto, tratando de olvidar deja a los clientes de
acá y empieza con otros de Latinoamérica. Empezó a salir y vagar por las calles
de Toronto y así conoció a un paisano en un café, se hicieron amigos. Y el
silencio de la Misifuza, se fue enraizando. Otto, creía que todo había
terminado.
Su nuevo amigo, lo invitó a su trabajo. Él trabaja en
mantenimiento de computadoras y reparaciones de programas informáticos. A Otto
le dio curiosidad de aprender un poco y este amigo le ofreció enseñarle.
Durante un mes fue un diligente estudiante de programación. En una de las
clases llegó temprano, para terminar un proyecto que tenía de tarea. Su amigo
se encontraba escribiendo por chat y Otto por curiosidad insana, me dice
después, vio el nombre de su interlocutor. Era nada más y nada menos que su ex.
¡Su maestro había estudiado en la universidad con ella!
Es para que le dé el ataque a uno, me dice. Los caminos son
totalmente incomprensibles. Miles de kilómetros lejos de ella, me toman por
asalto y no me dejan incomunicado. ¿Qué tengo que hacer? ¿Irme al Sahara?
Semanas después Otto regresa. ¿La vas a buscar? Eso como que
fue una señal, le digo. No lo creo, me dice, el universo es misterioso.
Otto, ahora se toma las cosas más relajadas y hasta le causa
risa. -Que se quede ella con su nuevo novio-, finaliza mientras se aleja con
una sonrisa escondida entre su desconcierto.
Ángel Elías
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