Escribir ese arte que no entendemos. Pero lo practicamos
casi con el consentimiento del inconsciente. No debemos hacerlo pero lo hacemos
como queriendo llegar a algún lado, con prisa a veces otras con un poco de
paciencia.
Escribir no satisface la conciencia después de perturbarla. Desempolvamos
recuerdos, ordenamos unos, tiramos otros. Entonces las letras se agolpan en
nuestros dedos y se recorren hasta que tiene forma. No se conforman con estar en
la mente, tienen que existir.
¿Cuántas palabras hemos dado a luz antes de morir? ¿Cuántas de
ellas nos reconocerán con los años? ¿Las recordamos a todas?
Al final del texto solo queda la satisfacción, algunas
veces, de pensar que dimos lo mejor, o lo por lo menos, lo intentamos.
Ángel Elías
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