La primera vez que me encontré con una cámara fotográfica
fue en mi niñez. Tendría cuatro años. Era una Kodak 110 mm. Como pude compré un
rollo para la cámara y tome 12 fotografías que nunca revelé. Eran otras épocas.
A los años en la familia compraron otra, yo casi la adopté aunque fue hasta
muchos años que revelé lo que tomaba.
Esta historia viene a colación porque la fotografía me ha
parecido impresionante y enigmática, tan frágil, tan fugaz. Y de todo ello
dentro de un papel amarillento por el tiempo y sonrisas perpetuas. Las
fotografías, creo son esa poesía con imágenes que reflejan un momento de la
vida, a veces feliz otras triste que al final solo nos deja con un halo de
nostalgia en la cabeza.
Cuando era pequeño fotografié árboles y plantas como esos
elementos que me llamaron la atención. Ahora me gustan las vidas, los rostros,
las historias. ¿Qué tiene una buena foto? Contiene todo aquello que quisimos
decir pero que nunca pudimos.
Es esa imagen que nos recuerda lo que testificamos. Robamos almas,
robamos recuerdos e historias. Cae el otoño, el invierno, la lluvia, la noche,
las mañanas luminosas, cada cosa puede ser un momento especial para plasmarlo
en un recuerdo y llevarlo a la eternidad.
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