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El tigre se pasea por su casa (II)

La semana se pasó sin sobre saltos. Nada fuera de lo común. Tengo 1 mes de no ir a trabajar. Pude darme ese lujo. Buena vida, buen descanso. El sábado, más reuniones, correr un poco. En la mañana curso de foto, a medio día entregar unos informes, en la tarde ir a la biblioteca. 

En fotografía entendí que la mejor foto se logra en el momento menos esperado. Que esas fotos son memorables. Que hay que tener el disparador listo y un poco de suerte. Vi las fotos ganadoras de un certamen periodístico. Al salir el calor estaba invadiendo la calle. El adoquín parecía que se doraba lentamente frente a mis ojos. Veo esa extraña distorsión que se ve cuando hace un calor endiablado.

Claro, ese día tenia algo de especial en ese caos de bullicio espantoso de la ciudad. Un poco de humo para recordar que no estoy en mi pueblo. Nada volverá a ser lo mismo

El medio día abraza el almuerzo. La gente sale presurosa y contenta de su trabajo. Es sábado ya no tienen que regresar. Mi presupuesto alcanza para otros 4 meses de vagabundo, lo que me alegra enormemente. Tenía que leer el libro, seguro lo dejé en la casa porque no aparece entre mis cosas. Lo Leí poco. Esos préstamos de biblioteca me hacen recordar que ese fue mi refugio total durante meses y años cuando estaba el la universidad. Los bibliotecarios ya no me cobran por las solvencias. Es más conocen mías manías.

Es medio día y los informes no se entregarán solos. El centro histórico es un cementerio los fines de semana. Me alegra llegar y caminar en sus calles esos días, no hay nada más que silencio. Parece que la gente se va a otro lado. Los informes continúan sin ser entregados. Pero tengo hambre. Un comedorcillo parece que tiene buen aspecto. Adentro una mesera sintoniza una emisora de cumbias. Con su delantal sacude las mesas. Hace años que no como en la zona central. Y las cumbias de los sábados acompañan mis recuerdos. Odio las cumbias, pero me gustan los recuerdos.

Los informes no se entregan solos y la oficina a esta hora creo que ya cerró. Debo ir con los lectores. Tomo el bus… adentro, sigue el calor y las cumbias. La ciudad se pone lenta. Todos van a un lugar que no conozco. Dentro del bus, algunos duermen parados y balancean su cuerpo con cada parada. Parecen piñatas colgadas en una tienda. El calor me hace sudar un poco y desesperarme.

Salir de ese bus fue un acto casi heroico. Creo que mi alma se quedó dentro de esa chatarra. Por lo menos no fue mi billetera. Aunque, para ser sincero no la uso.

Al llegar somos los mismos, los que no tenemos que llegar y estamos. El tigre comienza a rondar. Nadie puede decir que FH era un mal escritor, aunque un poco cansado, aburrido y clasista.

Estamos en su casa. Esa casa lo vio pasar, lo vio dormir y comer. FH tuvo una buena vida. Libros y bebidas.

Todos los escritores deberían vivir así. Un poco de lujo antes de morir. Un poco de poesía antes de conocer la derrota.

Me encuentro en uno de los sillones del vestíbulo. La tarde puede dormir hasta las moscas. Y el tigre deja de rondar, ya ronronea. Algo sucede. Algo extraño, inimaginable. En la puerta distingo a alguien que entra. Es ella, lentamente se acerca al vestíbulo y entra, casi con sigilo y rapidez, el tigre solo levanta una ceja, parece no importarle. A mí me importa más de lo que creen.

La mejor foto se logra en el momento menos esperado y esas son memorables. Hay que tener el disparador listo y un poco de suerte, eso lo entendí esa tarde.

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