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Cinco segundos



 Habrán pasado días, meses, años o a lo mejor siglos.  Y aunque él había logrado evitar el momento, decidió tomar sus cosas, algunas almacenadas de tanto tiempo dentro de recuerdo. ¿Por qué este tipo de decisiones son difíciles de tomar? ¿Cuándo realmente las tomamos? Agarró el auto, recorrió aquella ciudad tan llena de escombros, aquella parada de bus donde se tomaron de la mano, ese parque donde persiguieron palomas, aquella calle cuando se tragaron las palabras y se las lanzaron en miradas dulces. Esta ciudad fue demasiado pequeña para vivir junto a las añoranzas. Rápidamente cruzó la ciudad desde su casa hasta la de ella. Ella vive en sus memorias. Las calles se estrechan cuando queremos llegar. El cuerpo tiembla cuando se acerca a ella.

Se estaciona frente al lugar. Las personas pasan, una tras otra, y en cúmulos. Nada más los separa que la incógnita de quererse ver. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde el momento en el que rompieron frente al aparador de pan y café? Ellos rompieron el tiempo por un lado distinto. Él solo se llevo la parte que le correspondía con un poco de tristeza antes del fin. El viento soplaba de modo distinto, se enredaba entre los árboles vecinos, se llevan las hojas entre sonidos extraños. ¿Así será la sinfonía antes del fin del mundo? El día se torna lento, como ausente.

No se puede pensar mucho estas decisiones. Se toman de tajo, como presintiendo no morir en el intento, como si se supiera con certeza que se saldrá sin rasguño alguno. Aunque nada le da esa seguridad al corazón.

La entrada, las causas, las excusas, las justificaciones, las lágrimas, la puerta. Un suspiro profundo, como aquellos que se dan antes de sumergirse en el mar. Las malditas contradicciones de la mente y los juegos de lógica. La pregunta obligada ¿Qué hubiera pasado si?... (no hubiera sido cobarde) (no hubiera bajado las armas/e intentado huir en las palabras) (no me hubiera ido tan disipado aquella tarde) (si tan solo, no estuvieran solas estas palabras).

Al entrar aquel hombre sabe que el mundo comienza en ese momento. Que la resolución  de todos sus dilemas se encuentra en el corazón de ella. ¿Estamos predestinados para pensar que la vida se puede arreglar con una sonrisa? Al entrar, a aquella casa, el silencio se apoderó de su mente.  El mundo se detuvo, como manteniendo la cautela de no desequilibrar su cordura.

El silencio en aquellos pasillos del recinto fue evidente. Él solo quería que el mundo regresara mil, dos mil, tres mil días, el día que la conoció y combinar en una poción mágica su sonrisa y el momento. Solo quería que esa sonrisa le perteneciera por unos segundos. Realizar una quimera de tiempo e imposibles.

Aquel lugar vacío no daba señal de vida, era como un gran museo lleno de recuerdos, unos cuadros, saludos forzados, de protocolo. Todo estaba casi intacto y tan desconocido. Porque es un lugar poco común, al que no había regresado, aquel hombre, en mucho tiempo.

Por un momento compartieron edificio, espacio, tiempo, como en los viejos vagones que dibujaron con palabras y que construyeron en un futuro que nunca llegó.

Es hora de partir, sin verla, sin tener la valentía nuevamente, de verla a los ojos. Todavía no es tiempo, pero ha sido hermoso sentirla tan cerca, lo más cercano que se puede estar, antes de sumergirse en aquellos barrancos infranqueables del tiempo sin compartir.

Al salir, cuando cruza la calle, aquel hombre voltea, y la ve pasar, con una blusa roja, por los ventanales del lugar, durante  cinco segundos, fue un hombre casi feliz.

Ángel Elías

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