Estamos tan alejados como al principio, con la distancia de
la noche entre nosotros, tú con tu vestido muy negro en alguna ciudad de luces.
Yo solo esperando que termine la semana y amanecer en un sábado de limpieza en
la casa, pero somos tan contradictoriamente afines que nos damos miedo.
Entonces yo, del otro lado de la ciudad, tú del otro lado de
mi mesa, esperando a que comience la danza de palabras, junto a una cena liviana y un té de manzanilla. Todo pasa y poco queda, ambos lo sabemos, por eso
quedamos en un pacto silencioso donde los dos guardamos distancia.
Entonces adoptamos un gato, cada uno por un lado distinto,
que nos acompaña a su manera y por las noches ambos se juntan en algún tejado
entre nuestras dos soledades para contarse los sueños de sus dueños.
Este blues de viernes ni siquiera es bailable porque no
tenemos los pasos puestos, ni los laberintos de tu cabello jugando en el
viento. Entonces la música suena, pero las notas no bailan, como músicos mudos,
sonámbulos no entienden que la melodía no tiene razón.
Al final de la noche, tú en tu cama y yo en la mía, todavía
compartimos secretos entre las sábanas y algunas sonrisas que nos unen.
Ángel Elías
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