Me estallan esas sonrisas en la calidad de miércoles, como
ese consuelo que recuerda la semana
laboral ya va por la mitad. Entonces el teclado de las oficinas, el papeleo de
los burócratas, el cáncer de los semáforos que se pintan de rojo en los
momentos menos esperados, hacen de esta ciudad algo insoportable.
Ya nada tiene sentido, en ese murmullo sordo de los ocasos
ocres, que siempre son ocre, que siempre son ocasos y que siempre suceden al final
del día. No hay tedio más infame que aquel que te sucede a cada rato.
Entonces este miércoles se viste extrañamente de
desconsuelo, desde la mañana hasta el atardecer. Con pocas esperanzas de
volverse un carnaval en viernes o una siesta de domingo. Es simplemente
miércoles, que se escabulle en la parte más delgada e ilusoria de la semana.
Siempre pensé que las semanas empezaban cuando uno quería;
eso sucedía cuando era niño, cuando se olvidaba en qué día se encontraba,
entonces las fechas eran solo importantes cuando se acercaba el cumpleaños, después
o antes, nada de eso importaba.
Ahora, después de los bocinazos, las colas de los autobuses,
la causas de embotellamientos que en cualquier momento matan de un infarto a la
ciudad, vuelvo a casa y lo único que me hace enfrentar el siguiente día, es
escuchar tu voz al otro lado del teléfono.
Ángel Elías.
Comentarios