No lo vi justo, se me partió el alma verte llorar esa tarde
en la sala de la casa, cuando nos dijimos adiós, como esas personas que inevitablemente
se separan. ¿Qué más podemos decir ante la adversidad? ¿Qué nos queda de
futuro? ¿Qué buscamos entre los escombros?
Yo lloré, después, dentro del auto, mientras manejaba de
regreso entre la cortina de humo de nochebuena, mientras todos los pequeños
quemaban cohetillos por las calles que me parecían eternas. El bulevar que
separaba tus sueños de los míos era un lugar para acelerar nuestras penas, para
alejarnos uno de otro.
Esa nochebuena ambos lloramos por momentos separados, a lo
mejor antes de las campanadas de navidad o después, a lo mejor en el desayuno o
en la cena de pavo, pero lloramos como cuando no encontramos respuestas a
nuestros males, a nuestros cánceres
formados de miedos e incertidumbres.
Ambos nos separamos en nochebuena, como presagio a lo que se
venía; noches con menos de nosotros. Allí partí la tristeza, el auto solo fue
un vehículo incólume que sonoramente me acompañaba a la cena navideña, pero no
estuve allí, por lo menos completo, porque mi cuerpo deseaba navegar hasta tu
cabello que olía a jazmín y albahaca, mismos que cortamos esa tarde en el jardín
para el almuerzo que nunca terminamos porque nos envolvimos en una pelea sin
sentido, ni razón, y las cosas se perdieron, como si tuviéramos la certeza de
las segundas oportunidades en la vida. Esas no existen en las mismas
dimensiones.
Hay bulevares que nos llevan a la nada y nos alejan del
todo. Entonces mientras todos brindaban en la navidad, yo solo recordaba aquel
beso que inició la historia hace 11 meses.
Ángel Elías.
Comentarios