La primera vez que recuerdo que escuché sobre la guerra en Guatemala
fue a los cinco años, un día hubo un apagón durante la cena familia y a la luz
de las velas aparecieron las historias de desapariciones. Sé que parece
escalofriante la escena y lo fue, se hablaba en voz baja de lo que sucedió y
como si fuera un secreto que no se quería que se supiera.
Esa es la imagen más certera que tengo de la guerra, un
momento de secretos, misterios y oscuridad, en el cual nada era revelado y solo
existía durante los peores momentos, en este caso cuando la energía eléctrica desaparecía.
Mis tíos comentaban sus experiencias en Chimaltenango, y Quiché, de su
milagrosa forma de sobrevivir, de quienes no lo hicieron, esas historias
marcaron mi vida. Porque por momentos pareciera que no existiera esa parte de
la vida del país y efectivamente eso quisieron durante muchos años.
Al otro día los relatos ya no existían, era como si no
habían contado nada, no se mencionaba nada de lo comentado. Es un repetir en
muchos sitios, en muchas familias, en diversas partes de la sociedad.
Con el tiempo entendí que esa parte de la historia no quería
ser recordada porque fue tan nefasta e infame que nadie puede hablar de ella,
solo con un poco de valor y confianza se puede desentrañar, pero quién, en esta
sociedad, puede tener ese nivel de confianza para hablar. Y claro, se necesita
alcanzarla, es imprescindible.
Mi primer contacto con la guerra fueron historias de desaparecidos,
torturados y muertos, como una leyenda de miedo que solo pasa en la imaginación
de un ser malévolo, pero sucedió, fueron personas, vecinos, familiares que lo
sufrieron.
Guatemala necesita sanar y recordar, asumir y ser
responsable, porque de lo contrario seguirá el fantasma persiguiéndolo hasta
alcanzarlo y sofocarlo. Como país civilizado debe entender que la guerra
sucedió, no en su patio, no en su entrada, no en la calle, fue en su sala, en
su cocina, en su propio dormitorio, y debe entender que mientras se sigua
escondiendo, no solucionará nada.
¿Realmente valió la pena 300 mil desaparecidos? ¿Los avances
que teníamos no pudieron alcanzarse con un poco de sentido común y mucho antes?
¿La guerra fue necesaria? Y es una pregunta que ni la izquierda ni la derecha
puede resolver, porque quien terminó en medio de una estúpida guerra fue el
pueblo, sus vecinos, nuestros hermanos, tíos o padres. ¿La guerra valió la
pena?
Ángel Elías
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