Las noches son perfectas para escribir, no hay ni un solo
sonido que perturbe la paz mundial. Y es que con el tiempo se le toma un verdadero
sentimiento de aprensión por el silencio. Ahora escribo desde una ventana que
se ilumina tenuemente por la luz de la luna, al fondo se logran escuchar el
sonido de los grillos y si se pone más atención, el sonido del viento. Hasta pareciera
que en este país no pasa nada.
La pasividad que provoca la vida de pueblo se resume a la
intensidad de sus recuerdos. Con los años no he logrado separarme de este
lugar, del pueblo en el cual muchas veces me caí y me lastimé las rodillas. La ruralidad
de un sitio que al final que atrae, es como esa esencia que se logra entender
con el tiempo y que solo se aprecia cuando se está lejos. Y se está lejos mucho
tiempo, y se regresa, no como una adicción, sino como un lugar de refugio y de
entendimiento. Todos deberíamos tener un sitio así.
Entonces me siento en las noches frente al computador para
lentamente dejar diluir el ocaso del mundo, para tratar de conjugar cada rincón
que ya no existe. El tiempo pasa y las cosas cambian. A todos nos toca
partir, y todos quisiéramos regresar.
Ángel Elías
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