Todos vivimos una especie de incertidumbre alumbrada por un
rayo de razón, como si fueran esas
tormentas donde solo vemos la cara iluminada y las siluetas del mundo por unos
segundos. No se tiene la certidumbre del presente, ni del pasado, menos del
futuro, porque nuestros destinos son tan frágiles que no sabemos dónde los
perdemos, ni si lo lograremos recuperar.
Vivimos sumergidos en desconocer nuestros destinos. Hace algún
tiempo, frente a estos serios problemas existenciales un amigo me dijo: en la
vida lo único que hay que saber, muchas veces, es lo que no queremos. Esas
palabras en ese momento me dieron varias luces de dónde nos perdemos al tomar
las decisiones.
La incertidumbre es esa dama a la que siempre le huimos,
pero que se aparece en el momento oportuno, para no dejar hacernos una
estupidez o para empujarnos por el despeñadero de la tarugada.
Lo cierto en nuestras vidas es que no tenemos nada
asegurado, ni que nos han amado como nos dijeron amar, ni que nos vayan a amar
de igual intensidad algún día. Así es el juego, una contante ruleta rusa con
balas de salva. Donde, a lo mejor no se salga muerto, pero como mínimo se
regresa con un buen susto.
Las posibilidades, esas que no juegan si no se apuestan
constantemente, siempre están con nosotros, riéndose de nuestros compungidos
rostros al esperar los resultados.
Ah, la vida, esa musa inalcanzable e inexplicable que juega
con nuestros sentimientos y nuestras esperanzas.
Ángel Elías
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