A veces las teclas solo son esos picoteos extraños que se
basan en la nada, como tratando de explicar lo que no se entiende, y los dedos
se deslizan por los deseos. Otras veces, las palabras no dicen nada. Son ese silencio
que grita, -aquí no pasa nada-. A todo
eso nos enfrentamos diariamente, al escrutinio de nuestras palabras que lucen
vacías, al entorno que no entiende que ya nada vale la pena, o que en el mejor
de los casos, todo tuvo su valor. Es difícil dejar partir a un amor añejo, ver
cómo en el horizonte se oculta de todo aquello que alguna vez creímos
verdadero. Y todo cambia y nada tiene sentido, y parece que el día es una
pintura que se derrite en el ventanal que nos queda de frente. Ah, el amor, esa
dama que no deja que le tomemos la mano, porque nos salió doncella. Nada parece
tener el sentido necesario para retomar la esperanza, que según parece, se
quedó muy lejos.
*******
Llega el momento en el que la vida se cansa de ella misma. Y
la rutina establecida es un chiste que de tantas veces que se cuenta pierde
gracia. Entonces las calles son calles, los perros son perros y los semáforos
te detienen antes de que atardezca. ¿Realmente parece que la vida nos detiene
en un semáforo en rojo? Es mucho más fácil que perder la vida en un billar. Entonces
el cuento es extraño, lo narra un ser
que no parece humano, que es más que un fantasma de lo que nosotros somos un
sábado en la mañana después de una velada con fiebre. El mundo se puede acabar
en un minuto, a lo mejor fue en el que acaba de pasar.
Ángel Elías
Comentarios