Esta ciudad esta tan pequeña que nos topamos con los recuerdos. No hay espacio para olvidar, sin que en las esquinas nos encontremos con algo que nos regrese meses atrás. Ese es el problema de vivir en ciudades chatas. Todo nos regresa a un pensamiento lejano y extinto.
Entonces las luces de los autos al anochecer son un enjambre de brillantes ojos que no saben hacia dónde se dirigen. En casa esquina estás tú, para asaltarme los recuerdos y robarme la tranquilidad. De allí en adelante nos sentimos desprotegidos.
Con el tiempo, esos pensamientos se diluyen, parecen desaparecer. Y nos tranquilizamos. Y en el menos esperado, aparecen, como ese rayo que nos sorprende antes de la tormenta. Y te veo pasar, como ese fantasma que soy. En esta ciudad todos acampamos en la soledad, una soledad vacía y llena de nada. De malls o ropa cara.
Los paseantes son testigos de un cúmulo de sensaciones que no se expresan. Todos cargamos a cuestas recuerdos en la ciudad. Y este ordenamiento, no deja espacio para recuerdos foráneos. Entonces apareces nuevamente tú. Como algo que ya queda poco, como la cera de la vela casi derretida. Con un aspecto casi diluido en bocinazos y humos de buses urbanos.
Y ya te recuerdo poco, a veces de manera forzada para no perder la costumbre. Porque somos seres que no queremos dejar el pasado. Queremos llevarlo con nosotros. Pero en ese paso de un lugar a otro, se nos caen los pedazos y no nos damos cuenta
Amigos desconocidos entonces ven como se nos caen todas las partes del recuerdo.-Mire don lo que se le cayó –pero son miles de kilómetros de olvido. ¿Cuánto recuerdo puede haberse perdido en esta ciudad, a pesar de su estrechez?
A estas horas, no hay músico-persona que pueda reflejar la melodía. Y la vorágine de la ciudad y sus fisuras se encarga de atraparnos en un remolino que nos deja a cientos de kilómetros de lo que fuimos. Ya no se divisa entre tantas cabezas divididas y constantes. Los autos se movilizan más rápido, mientras escribo, y trato de recordarte.
No hay nada más estrepitoso que alejarse de la ciudad, a refugiarse al ocaso, persiguiendo el sol. Entre las montañas. Pero es triste, saber que a los días a los años, nosotros también somos un recuerdo diluido y sin importancia.
Entonces los brindis, tienen nombre de ausencia. Y en tu casa un nombre verdadero, que evidentemente no es el de nosotros, ni el mío.
Y no queda más que esperar, a que la ciudad siga creciendo y con los años podamos conseguir una bodega donde por fin acomodar los recuerdos. En fin, los problemas de las cuidades estrechas.
Ángel Elías
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