Tal vez verla aquella tarde no dice mucho. Ambos estábamos en
el noveno piso de un edificio que más parecía que se caería en cualquier
momento, por efecto de las polillas “comeconcreto”. No dice mucho que aquella
noche nos encontramos en un correo electrónico. Menos cuando compartimos un
poco de agua en verano, en aquella calle llena de extraños.
Nada de eso me dice nada. Me vuelca de recuerdos tu vestido
largo y tu sonrisa dibujada como cuando le hacíamos caritas al sol en los
dibujos de primaria. ¿Quién te dibujó a ti? ¿Quién tuvo ese atino de recrear
mis bosquejos en la preprimaria? Eres esa estrella que tenía goma y brillantina
en un papel, obra maestra a mis 4 años de edad que colgaba en el refri de la
casa. Eso me dice todo.
Me dice todo tu cuerpo en la cama, contando tus heroicas aventuras.
¿Hay algo más emocionante que encontrar cada recuerdo en las esquinas de la
calle? Vamos sé que es difícil explicar que la vida se derrama en cada
encuentro con el pasado. Pero con ella, las teorías pierden la validez de las
mariposas amarillas de García Márquez.
Como sonido de tu auto, se escucha como el ronroneo de un
gato, un gato gigante que te cuida. Nadie te puede cuidar mejor lo sueños que
los personajes que hemos inventado y que con el paso del tiempo ya hasta
parecen reales.
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