Un hombre sale apresurado de su casa con su hija tomada de
la mano. Son casi las 10 de la mañana y corre por las calles de la zona 1. Ella
va despeinada y con una mirada de sueño, su cabello se llena de smog de
camioneta que viaja sobrecargada. Ella tiene una ternura que me encanta cuando
se me queda viendo en la esquina del semáforo. Me sonríe. ¿Es acaso esos
pequeños detalles que al final le quedan de saldo en las calles de esta ciudad
que envenena?
No se necesita mucho para ser feliz, a veces la sonrisa de
la persona correcta o inesperada. Aquella niña me robó la atención de las cosas
del trabajo, del ajetreo del estrés cotidiano, de la bolsa de valores. Aquella
infanta es de naturaleza hermosa, de la sensibilidad gobernada por sus 5 años
de edad. ¿Qué pensaba en ese entonces? Solo en no desprenderme de la mano de mi
madre que me llevaba presuroso por las calles del centro.
Ángel Elías
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