Por Guillermo Paz Cárcamo
Maximón, El Gran Abuelo, El Rijlaj Mam, como todas las divinidades del panteón maya no conocen la muerte; nunca han muerto, ni morirán, porque son Dioses, que no pueden desaparecer ya que están más allá de lo humano, siendo por ello que los humanos y todas las demás criaturas y seres tangibles e intangibles están bajo su cuidado y responsabilidad.
Mientras a Jesucristo todos los años lo crucifican y pasean su cadáver en andas por las calles para que la gente sienta dolor, angustia y pesadumbre por su muerte, El Rijlaj siempre está presente, con vida, respondiendo a las necesidades y peticiones de la comunidad. Su vestimenta es de gran colorido, con múltiples aditamentos que enseñan la alegría de vivir y el goce espiritual de las fruiciones de los mortales.
Como se sabe, el momento culminante de la Semana Santa sucede con la muerte de Jesucristo, el Viernes Santo, a las tres de la tarde, manifestándose en el descolgamiento de imagen Cristo de la cruz, su puesta en una urna y luego la procesión por las calles, rodeado de signos de luto y acompasado el cortejo con música fúnebre.
En la visión occidental, la representación de la muerte de Jesús, es una teatralidad triste, acongojante, oscura y necrófila, no solo por la expresión fúnebre del Cristo, sino también por las rostros y apariencias compungidas, atribuladas de las imágenes que acompañan el Santo Entierro; a todo este cortejo funerario se le suman los curas, , romanos, feligreses y cucuruchos con las mismas expresiones de solemnidad sombría y patética de la muerte.
Las alfombras sobre las que pasará todo el andamiaje de la procesión del Santo Entierro, también reflejan el mismo estado de ánimo: escueto, simétrico, sombrío.
Muy a pesar la solemnidad del evento, el desarrollo procesional ha ido relajándose por el irrefrenable proceso de comercialización.
En Santiago Atitlán, el Viernes Santo por la tarde, al igual que en el resto católico del país, da inicio la representatividad de la muerte de Jesucristo, pero a diferencia del mundo ladino, la celebración no tiene connotaciones ominosas. Al interior de la iglesia hay un tumulto de gente que participa en la preparación del cortejo procesional, con tambores y chirimillas, no hay pesadumbre; hay respeto al ceremonial, pero no hay tristeza, ni acongojamiento en el rostro y actitud de la gente .
Las imágenes de los santos tienen al igual que Maximón, una vestimenta llena de alegría, de colorido y de atuendos similares a los de El Rijlaj Mam, sobre todo en los grandes pañolones de seda multicolor.
Las alfombras se confeccionan con vivos colores e ilustradas con flores, animales, figuras abstractas de gran colorido y animosidad e incluso insertan leyendas donde se pide alguna gracia para alguien señalado expresamente.
Sin embargo lo más contrastante, desde la vista formal con la liturgia católica, es la pieza funeraria donde yace el Santo Entierro. El anda va cargada por jóvenes con sus atuendos distintivos de la comunidad Tz’utujil y no por dolientes con el alma en vilo; el féretro, de vidrio, va cubierto en su totalidad por una gran cantidad de flores de múltiples colores, que apenas deja vislumbrar el cuerpo yacente del Cristo muerto.
El espectador ve y siente en el paso del cortejo procesional, no la muerte de Jesús, el hermano de Maximón, casi no se ve, sino la alegría de la vida evidenciada en el intenso colorido del conjunto y en la multitud de flores, finalmente le dan vida a la muerte del hombre llamado Jesús.
Otra exterioridad de gran trascendencia sobre todo simbólica en el desarrollo del cortejo procesional, es la ausencia, en la liturgia y en la paso del sarcófago con el Cristo yacente, de curas católicos, que en las procesiones de todos los días de la Semana Santa, pero sobre todo la del Viernes Santo, en otros lugares encabezan el cortejo.
En Santiago Atitlán, los curas son sustituidos por miembros de la comunidad disfrazados e imitando a autoridades eclesiales de alto rango. Todo ello es de un simbolismo trascendental, porque muestra que la comunidad Tz’utujil es quien tiene la dirección y organización de esa parte litúrgica de la iglesia.
Sin embargo lo más significativo del poder omnisciente de el Rijlaj Mam se palpa, siente y nota inminentemente, cuando la urna del Santo Entierro sale de la iglesia y baja el graderío hacia la explanada-atrio. El anda-féretro con todos sus adornos y cargado por jóvenes Tz’tujiles se encamina por una alfombra-sendero que haciendo una curva señala el camino hacía la salida principal de la plaza.
Cuando esto está sucediendo, de la capilla al costado del atrio-plaza también sale El Rijlaj Mam en hombros de un solo cofrade y rodeado por otros y se encamina trasversalmente al encuentro de la urna del Jesús yacente. El encuentro se da justamente cuando la procesión toma la curva.
En ese justo momento, el Rilaj Mam alcanza la procesión y se coloca en el espacio posterior al anda, donde ya su hermano, el CristoJesús yacente, se encuentra muerto.
Mientras estos acontecimientos se suceden muy rápidamente, como por una orden subrepticia de El Rijlaj Mam, colocados detrás del anda, una parte de los acompañantes se desplaza hacia la puerta de salida y haciendo un círculo, la cierran con sus cuerpos. Hacía ahí se desplaza el señor del redoblante, que se ubicaba en la curva y que le imprime ritmo al desplazamiento del anda. Además de las personas, se colocan Cirios como un reforzamiento al cierre de la salida mientras el redoblante mantiene el ritmo del conjunto: anda procesional y cofrade con el Rijlaj Mam sobre sus hombros.
Se establece entonces un ir y venir del anda y de Maximón, siempre colocado detrás del hermano yacente.
Caminan unos pasos hacía adelante, se detienen y luego dan los pasos hacia atrás. Todos al unísono, al ritmo del redoblante, van y vienen sobre el camino trazado por la alfombra.
El ir y venir dura tiempo y está determinado por el poder de Maximón que mantiene cerrada la salida y al mismo tiempo atado, como por una determinación invisible, el anda con el cuerpo yacente de su hermano Jesús.
En determinado momento del ir y venir, El Rijlaj Mam, se voltea hacía la salida principal de la plaza y rodeado de los cofrades emprende rápidamente el camino hacia la salida, pasando a un costado del anda procesional. Las gentes que están cerrando la salida, al ver ir hacia ellos al Gran Abuelo, Maximón, se desplazan rápidamente, como por encantamiento, hacia los costados, dejando expedita la salida principal de la plaza. El Rijlaj Mam atraviesa ese umbral, baja las gradas y con el mismo ritmo se dirige a sus aposentos de los que había salido desde el Miércoles Santo.
Todo esto acontece como un relámpago, en segundos, y la gente se llena de júbilo con el suceso.
Con el rompimiento del valladar en la salida y el paso de El Rijlaj Mam hacia su santuario, se inicia hasta entonces el desplazamiento del anda hacia la salida principal de la plaza.
En este acto relampagueante, es cuando El Rijlaj Mam muestra todo su poder espiritual, pues solamente cuando Él decide que es el tiempo para que los actos procesionales prosigan en las calles del pueblo, es cuando se inicia el cortejo católico, no antes, ni después.
Ese es el poder ancestral de El Rijlaj Mam, Maximón; poder que no ha sido menoscabado en el tiempo, que perdura como lo vemos en Santiago Atitlán, a pesar de largas oscuridades por la que atravesado, a lo largo de centurias y a la par de la gente que lo venera.
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