Podría ser una niña como
cualquiera, Merely Bones la más pequeña de tres hermanas, vivía en una casa
antigüeña. Caminaba por las calles de piedra cada noche de abril, buscando
hasta encontrar a un gato pardo que le pudiese servir, se acercaba sigilosa al ingenuo
felino y con esos ojos abiertos característicos de la curiosidad le ofrecía una
croqueta de maní, el gato sin imaginar que su vida pudiese terminar la toma con
sus garras y se alimenta, sonríe y corre creyendo poder llegar muy lejos, al
cabo de haber avanzado media cuadra el gato se desmaya, aún respira, Melery Bones
toma en su mano derecha las dos patas traseras de este mamífero y en la
izquierda las dos delanteras y realiza un
baile de júbilo exclamando “¡Sí, sí… lo he conseguido, va uno más a la cuenta!”
Con la plena voluntad de no querer esperar más para llegar a casa, corre a
prisa sobre la mojada calle de piedras, avanza a tal velocidad que siente no
moverse y percibe que las casas, las calles, los techos de teja, que los
faroles, los postes y puertas abiertas se mueven al ras de ella, hasta que
llega: su morada es la misma de siempre, la distingue por su fachada que alguna
vez fue amarilla y que ahora la pintan los signos de los años que no tienen
color, no tiene macetas, no le han hecho un balcón, pero ella sabe que es su
casa porque la simbolizan unos bones (huesos) y una portezuela que aún de madera
se sostiene en unos remaches de metal.
Y cruzando a prisa recuerda “debo
apresurarme porque pronto, mi maíz he de cosechar”, y continúa caminando, ha
pasado ya por la puerta principal, que es un cortina, lleva al gato aún dormido
entre sus brazos. De pronto, su entorno, que tiene el mismo color del que está
pintada la noche, le canta… le entona una par de canciones de música rara, le
enciende las luces de luciérnagas al alba, ese sitio parece un desfile de
bengalas y ¡momento, basta! – exclama Merely Bones a ese sitio que baila, y
colocando al gato sobre la mesa de peltre ¡PASS! el cuchillo le clava, cual
hacha de leñador de cuento infantil, el arma de Bones es la misma que la de un asesino
vil.
Sus manos apenas manchadas y
sus calcetas de encaje infantil la delatan en su edad, pero su consciencia
habituada a la falta de inocencia le menciona al oído que su ropa debe lavar,
que el agua no debe tirar y su sembradío debe regar.
Gatos, patas, uñas y pieles
pardas: eran el abono que funcionaba perfecto para el cultivo de sus mazorcas.
El maíz mas crecido de la
cuadra era el de Merely, la infanta, el cual siempre parecía barato para el
tamaño de sus plantas…
Colaboración especial M/R/P
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