La mañana del lunes 30 de diciembre de 1996 salí con mi
prima de 8 años a pasear en bicicleta. En aquel entonces yo tenía 12. Yo viví
toda mi infancia en San Martín Jilotepeque, municipio seriamente golpeado por
la guerra.
Mis padres contaban que en toda la cuadra no quedó ninguna
familia, todas huyeron. El miedo marcaba los rostros de quienes habían vivido
el peor infierno de sus vidas; tanto se temía a la guerrilla como al ejército.
Muchas noches, entre el silencio de la oscuridad, la cena y los apagones de
electricidad se contaban como en susurros lo que había ocurrido durante “la
violencia”.
Contaban historias de desaparecidos, muertos, perseguidos y
casi inaudible de los parientes que se escaparon de morir. Eso lo escuché de
pequeño, como si fueran cosas que nunca pasaron, como leyendas de miedo, pero
eran reales.
A 20 años de la firma de la paz, del cese del fuego entre la
guerrilla y el ejército veo que el debate se centra en negar que esa firma fue
un avance, claro que lo fue, es innegable. La firma de los acuerdos de paz fue
el inicio para conocer que el dolor puede ser sanado, que el país necesita
justicia y que la única forma de encontrar la reconciliación es a través de conocer
la verdad y que esta sea conversada entre los guatemaltecos y nunca negada.
No se puede decir que no hubo muertos, esos muertos tuvieron
ejecutores y que estos deben ser juzgados pertenezcan a donde pertenezcan.
Tampoco se puede negar que esa fue una de las etapas más oscuras del país, que
costó muerte, sufrimiento y dolor.
Ahora es una sociedad diferente, con problemas económicos,
sociales y políticos profundos. Pero también es una Guatemala que poco a poco intenta
cuestionándose y eso es un gran progreso. A estas alturas estamos teniendo la
discusiones que se debieron tener hace 20 años y empezamos a resolver
conflictos que debimos afrontar en aquel entonces.
Actualmente los protagonistas son otros, una nueva generación que
tiene el reto de resolver sus dudas casi a ciegas, pero que deben tener la
visión para enfrentarse al dilema de pertenecer al presente, casi desconociendo
el pasado. Ese es reto.
La firma de la paz para mí fue importante y el evento más
trascendental que me ha tocado vivir en la vida, sentir que había una
esperanza.
Una orquesta civil y femenina toca en el Parque Central
junto a una banda marcial y eso es hermoso por lo que significa, porque me
refuerza el pensamiento que una de las grandes soluciones de este país es el
arte como una fuerza sanadora. No puedo negar que al ver uno de sus ensayos
quedé conmovido.
En aquella mañana que salí a los caminos vecinales con mi
prima fue como un reto a Guatemala para convencerme que por fin las cosas
habían cambiado. 20 años después puedo decir que sí. Claro no es el mejor país
del mundo, pero no es tan oscuro como hace 35 años.
Ángel Elias
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