Cuando agoniza el año pareciera que una parte de nosotros agoniza con él. Por ello nos aferramos a éste. El año simplemente se va como vino. De un día para otro. No comprendemos que es parte del destino. Una forma práctica de desatarse de él.
Con el fin de año todos hablan de éste. Se ponen melancólicos y añoran los meses que han pasado. En realidad se añoran esos meses, o solo lo que significaron. Es claro que esa significancia es lo que más pesa. Porque somos seres de recuerdos. Nos formamos por ellos y nos aventamos sobre ellos. Entonces el año, con su terminación no es tan significativo, por que a la larga es una fecha, que contiene un significante extra. Un accesorio.
En esta época del año todos escriben sobre su fin. Como quien despide un amigo. Algunos como quien se despide en la muerte. Válido si el mundo se destruyera después del 31 de diciembre. Aunque ese fenómeno cataclísmico, es muy poco probable, sí siento un poco melodramático eso de las fechas.
Después del 31 de diciembre, todo continúa igual. Después de la cohetería seguimos aquí, algunos en otra casa y otros en la misma. El año pasado, vi en noche buena llorar a una mujer. Y estuve con ella. Todo, por la avalancha de sentimentalismo de esta época. Fue una experiencia que no había tenido. Me hizo comprender que de laguna manera somos vulnerables para estas fechas. Que nuestra concepción del significado de estas fechas está arraigado muy dentro de nosotros.
Estas fechas, son para compartir con cualquiera. No precisamente con quien idealizamos. Sino con quien nos necesita. No es para regalar, sino para regalarnos. Hay cosas simples para nosotros que significan un mundo para alguien más. Regalar felicidad al mundo, diría un amigo.
Desafortunadamente, las cosas sencillas nos cuestan. Pareciera que en todo el año no nos damos cuenta de quien en realidad nos llena. Y plastificamos las fechas. Entonces necesitamos llenarnos de regalos tratando de llenar el vacío que en todo un año no logramos llenar.
Luego viene la culpa. En el mejor de los casos. Hay otros casos donde ni siquiera se enteran de lo sucede.
Al fin de año me siento a evaluar lo logrado, a evaluar lo no alcanzado. Y mis cuentas están en rojo. Son más sueños que concreciones. Pero total, ¿la vida no es una cadena de sueños que deseamos cumplir?
Con el paso de las horas y los días, sólo queda la resaca. Y el recuerdo del año nuevo junto al almanaque viejo y los propósitos que nunca llegamos a cumplir. ¿Tiempo para el optimismo? lo tendremos todo el próximo año.
Ángel Elías
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