Los regalos son así. Un momento de sorpresa motivado por algo inesperado, pero que en el fondo se deseaba. Mi regalo de fin de año se da en menos de media hora, se entrega en menos de veinticuatro y permanece para todo el año. Una amiga regresó de su ausencia y compartimos un café. Me recuerda las noches de espera por aquel carrito o tractorcito que estaba envuelto en papel multicolor. Tiempo después fue la entrega de un libro por parte de cualquier familiar, con ganas de alimentar su curiosidad por enterarse si en realidad me gustaba la lectura.
De alguna manera, los regalos son dádivas que se entregan esperando quedar bien. En la actualidad los regalos se dan tratando de llenar un espacio dentro de un alma convulsa del consumismo. No he perdido la fe en los regalos, ni mucho menos en la intencionalidad de ellos, pero a veces creo que muchos regalos son comprometidos con la época o en el peor de los casos como una respuesta al caos interno promovido por una espora llamada culpa.
Sin embargo, a pesar de estar sumergidos en un fangoso pantano llamado interés, no se ha perdido la batalla del todo. Simplemente en este año, en sus últimos días he recibido el mejor de los regalos. Una visita inesperada y mi impulsivo intento por no perdérmela han salvado las fechas. En esas ocasiones no se espera ningún tipo de regalo envuelto en celofán verde, sino simplemente una compañía. Un café humeando y tener a la persona que uno quiere frente a frente, sin esperar nada cambio, sino que simplemente el tiempo se detenga como una forma de quedar bien con uno.
El regalo, que según ella, no viene de lejos, pero para mí, viene del cielo. Es como una ocasión para ver un comenta en cielo. Uno por ningún motivo quiere perderse ese espectáculo. Se levanta de madrugada y bajo el sereno de la noche se sienta contemplar bajo los árboles el paso espectáculo de lo que creemos el pasaje más maravilloso de la naturaleza. Eso es más o menos lo que me ocurrió este fin de año. Una sorpresa de lo más inesperada, pero que me deja un buen sabor de boca.
¿El esfuerzo vale la pena? Claro que vale la pena. ¿Qué, si necesitaba un regalo material para este fin de año? No. Necesitaba que alguien me devolviera la ilusión por esta época. Y según parece si escucharon la petición. Ahora, como de lo bueno poco, porque lo poco siempre invita a más, ella se va dejándome sonrisas mordaces en una cámara de fotos. Y deseándome el mejor de los años.
Ángel Elías
Epílogo: ¿La foto? sí existe, y debería publicarla en este post, pero hay un problema. En la foto estamos ambos y existe una especie de bipolaridad entre nosotros. Ella es demasiado famosa y yo demasiado marginal. Entonces se crearía una especie de caos en el universo que provoca inestabilidad entre lo conocido y lo que está por conocerse. Una extraña entropía, que se refleja en la foto. O tal vez sólo fue la mala mano de nuestro amigo que la hizo de improvisado fotógrafo. Pero no deseo arriesgar al universo.
Sé que leerá este texto y sólo ella puede decidir si mi humilde blog tendrá el privilegio de engalanarse con ella.
Comentarios
BUENO QUE ESTES INICIANDO TU AÑO BIEN... Y NOS VEREMOS PRONTO...
Saludos