No recuerdo quien fue la primera niña que me gustó. Sin embargo, lo que sí recuerdo es que llevaba un traje blanco con celeste. A los años, yo tendría como cuatro años. La verdad me he esforzado por recordar quién era esa niña. Si una vecina o una amiga. La hija del panadero o de la mejor amiga de la familia. No lo recuerdo. Ella nunca supo que a través de los años todavía la recuerdo, pero solo por su traje y que para mis escasos años era la mujer más linda y dulce que haya visto.
Pasó con una señora de la mano y ni siquiera me volteó, creo que fue lo mejor ya que de lo contrario no hubiera podido guardar el recuerdo tanto tiempo. Después de ella, las luminarias en mi vida han pasado, han sido intensas y se han desvanecido. Es lo que toca en la vida. Ver como cada persona pasa con nosotros y esperar tontamente que no parta. Pero sucede todo lo contrario. Al igual que la niña del recuerdo, en mi vida han desfilado las musas y se han ido cuando yo me les encariño.
Todo pasa, todo pasa. Me dijo una, hace poco. Y de alguna manera incierta lo es. Nada es permanente, ni el dolor, ni el placer. Tan solo los recuerdos que a veces hasta no son de confiar. Sino, la niña que recuerdo tuviera nombre. Pero puede que hasta en el recuerdo le haya cambiado el color del vestido.
Con el paso de los años me he reencontrado con algunas mujeres que en mi adolescencia fueron importantes. Y es cierto, todo pasa. Ya no me provocan nada. Ni los recuerdos son suficientes. Algunas ya madres, se ponen a recordar más allá de lo que tengo memoria. Tiempo imperdonable.
Aquella niña de vestido celeste-blanco y zapatos negros, imagino, no recordará ese encuentro que en mi memoria ya tiene 22 años. Y es lógico. Nadie puede guardar un recuerdo tanto tiempo. Los amores así son, algunos fugaces, otros permanentes. Aunque nadie sabe en qué terminan o si en realidad terminan. Creo que en ese momento me gustó la imagen de la niña, y por ello guardo con cierto celo ese recuerdo.
Y a esa niña que ahora debe ser una mujer poco le ha de importar estas letras. Y seguramente tampoco se enterará que existen.
Así somos los seres humanos. Un cúmulo de recuerdos diseminados en el espacio. Dispuestos a caer en el momento preciso. Para enamorarnos una vez más de la vida.
Ángel Elías
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Tenemos 70% de vida para recordar je!