¿Por qué hasta ahora escribo esto? Creo que las circunstancias lo ameritan. Por un lado está el sentimiento encontrado y por otro los grandes recuerdos. ¿Qué somos nosotros sin ese hálito de vida? ¿Quiénes podríamos ser en esta historia sin esa persona que constantemente la escribe? Es claro por supuesto, que se dice hasta la saciedad que tiene su importancia. Pero ¿En realidad hemos reflexionado sobre la verdadera importancia de nuestra historia sin la omnipresencia de su ser?
Mis inicios en los libros fueron gracias a mi madre. Me enseñó ese gran hábito de la lectura. La habilidad truncada por dibujar… y me enseñó escribir cuentos en la memoria antes de que supiera las vocales. Sus regalos siempre fueron libros. Sus cuentos siempre fueron nocturnos e inventados. Ella tiene la fabulosa facilidad de inventar las historias. Reinventar la vida diría yo. Contó una historia en particular 365 veces. Cada una de ellas de una manera distinta. Puede que este exagerando… pero qué niño no tendría una imaginación desarrollada después de tanta historia.
Doña Carmelita como le conoce todo mundo, puede tejer, coser, cocinar, regañar y trabajar. En mi memoria están aquellos días en los que me desvelaba leyendo junto a la máquina de coser y escuchando boleros. Eran noches frías y a veces solitarias. Pero la compañía nunca faltó en esos días. Su habilidad de enamorarme de los libros, el dibujo y un poco del arte tiene sus orígenes en ella.
A los años el apoyo a lo que hacía siempre fue evidente. Nunca me pegó, ni me coscorroneo. Razón por la cual algunas veces soy impertinente. Me dejó ser libre, con las letras con el pensamiento y con mi ser.
De alguna manera los libros siempre fueron acompañantes que llegaban envueltos en una bolsa de los viajes a la ciudad capital. Las primeras novelas, los barcos de vapor, los libros científicos, los de dinosaurios, plantas, árboles, perros, historia, leyendas, cuentos, fábulas que no entendía, minerales, climatológicos un sinfín de temas. Ciertamente mi hábito por descubrir cosas se lo debo a ella. Y muchas de las cosas que sé, me los mostró a través de la rendija de la lectura variada.
Siempre me sorprendía. Nunca me repetía temas. Traía un libro distinto de cada viaje, como una bitácora de sueños. Aprendí a leer las nubes, a identificar perros, a ver las huellas del tiempo en las rocas, a conocer de árboles, a no temer a los gatos, a hablar en público, a vivir por lapsos.
A los años mi madre me enseña que la vida puede tener un sentido si nosotros luchamos por encontrar ese sentido. Y todavía escucho sus consejos y sus regaños, aunque ya no tan frecuentes. Aprendo a vivir poco a poco e intensamente. Con los libros que de niño guardo.
Ángel Elías
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Saludos paisa!