Te lo juro, yo no sabía eso. Yo solo hago muecas de risa. -Vos- me dijo, -nadie me daba razón alguna. Es más –me siguió comentando –todos me veían así como raro. Además ¿Cómo localizar a una mujer que me ha dejado con el corazón partido y que se encuentra perdida en la vieja Italia?
Contextualicemos. Rogelio tuvo un amor fugaz con una italiana hace algunos meses. Ella estuvo en Guatemala por un voluntariado. Andrea Mosconi, se llamaba, bueno, eso le dijo ella. Estuvo cuidando niños desvalidos en una guardería en las afueras de la ciudad y este amigo, era jefe de informática. Tenían oficinas contiguas y de vez en cuando platicaban en italiano. Tuvieron un amor loco. Ella, como toda mujer, decidió que ya era mucha la dosis de subdesarrollo en este país y se fue. Rogelio se queda con el corazón hecho trizas, pero con la esperanza de volverla a ver. Hace unos meses me contó que estaba programando un ahorro para viajar a Italia. Ellos mantenían cierto contacto, ella le contaba dónde trabajaba, que en realidad era guía turística en aquella ciudad. Este amigo se fue y hace un par de semanas volvió, la pudo ver y trae fotos con ella. Se ve feliz.
Cuando llegué Roma -me dice, -la busqué en los lugares que me dijo se mantenía, con mi poco italiano y mi rascado inglés me hice apenas entender. Preguntaba en La Plaza España, allí el administrador dijo que jamás había llegado alguien con ese nombre. Esa plaza del siglo XVII fue testigo de la caminata en escaleras buscándola entre los turistas.
El Coliseo Romano, otro punto, donde me dijo que se mantenía, estaba lleno de gente. Fui a la administración para preguntar por ella. Nadie dio una respuesta. No tenían ningún guía con ese nombre.
El Foro Romano era el último lugar que visitaría antes de que se me acabaran los lugares que sabía ella se encontraba. –Yo continuaba conteniéndome la risa –no es para reírse –me dice. Más turistas, parece que acá los turistas se reproducen cuando les cae agua. Voy a la administración. Me atiende una señorita y le pregunté si conocía si trabajaba allí Andrea. Ella me ve por un momento, ¿usted es latino? Me pregunta en perfecto español. Claro, le respondo y me sentí aliviado. Si entiendo, me dice, como teniéndome ternura. Acá solo trabaja Andre, me responde. No sé si quiere verla. No, le respondo, yo busco a Andrea, a él no lo conozco. Bueno, ella es la única que responde al mismo apellido. ¿Ella? En mi pensamiento, me digo que el español ha de ser medio complicado como para que la recepcionista confunda los pronombres. Mi nueva y casi única amiga se quedó pensativa por un momento. Para preguntar, ¿Usted sabe que Andrea, acá en Italia es nombre de hombre? Un torbellino de pensamientos se agolpan en la mente y entonces, solo entonces, las piezas de la confusión coinciden. Momentos después llega Andrea, que en italiano es Andre, a saludarme sumamente sorprendida. Aunque creo, no más que yo.
Vos, te juro que no lo sabía. Me insiste.
Ángel Elías
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