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Al final del día IV


No fue un buen momento para reconsiderar la vida. Mucho menos mi trabajo, los problemas de siempre. Las cosas no caminan como deberían. Tengo un cable cruzado en la existencia. Algunos problemas familiares que no entiendo. Una que otra pelea con la gente con quien me debería llevar bien.

Al inicio del día, una horrible migraña. No pude ver el sol. Era tarde y al llegar al trabajo las cosas no mejoraron. Nada mejor que el silencio para curarse la vida. Aunque ese silencio es ahora inexistente. El día transcurre entre bocinazos y estridentes melodías.

Toda la mañana fueron de quejas. Todo se acumula al siguiente día. Los problemas se resuelven en el trabajo, ellos nos buscan por las noches.

Al medio día viajar. Nada puede perturbarnos más que pensar que las cosas pueden salir bien. El calor es asfixiante. La radio de la camioneta dice que será uno de los peores veranos que hemos tenido. La ventana del bus hace que el polvo entre arbitrariamente. Nada contiene este día malo. No hay días malos dicen.

Al llegar a mi destino, todo parece opaco, tiene un color naranja quemado. Huele a humo y smog. Huele a ciudad carbonizada. Los automóviles no hacen más que quemar llantas y combustible. Los buses solo son un chorro de humo y hojalata.

El dolor de cabeza no deja de sorprenderme con su intensidad. Parece que los problemas se agrandan cuando tenemos prisa.

Me dirijo a la oficina para dejar unos papeles. Esta ciudad asfixia. Señor, el licenciado no ha venido, me dice una señorita detrás del mostrador, le ruego espere.

En esa sala hay una mesa, revistas que tienen mas o menos 10 años de estar allí. Pasan unos minutos y la gente llena aquella salita que sirve para esperar a más profesionales, doctores, dentistas, oculistas y más istas y ólogos. Los teléfonos suenan de vez en cuando, y me taladran el dolor.

Creo que le licenciado no vendrá, me dice. Venga otro día. Pero, ¿puedo dejar los documentos? No lo creo, mejor venga otro día. Son las 5 de la tarde, parece que el día descansa de tanto calor. Las hojas de los árboles se mecen en los arriates de la calzada al compás del viento.

Tengo que regresarme derrotado. No hay oportunidad para el desasosiego. Lo mejor es encontrar un refugio a la debacle. La noche cae lentamente en la ciudad asfixiada. Parece que la causa de nuestro delirio es la estrepites de la vida y de querer explicarla con nimiedades.  Papeles por entregar, ¿Qué tienen los papeles que justifican tanto sufrimiento? Un fósforo nada más. Un momento menos de vida.

Regreso a casa y dos horas después llego. El dolor ha cesado levemente. Quiero que se acabe el día. Que la noche me absorba por completo, como ese ser que se come todo lo malo del mundo. Quiero que acabe el dolor. Que todo acabe en un bostezo. Tengo sueño.


Recibo una llamada, es A. Su voz del otro lado del auricular me dice: ¿Qué tal tu día? Yo digo, con toda la sinceridad del mundo, muy bien. Entonces  las cosas regresan a su orden universal.


Continúa

Ángel Elías




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