Para qué negarlo, me enamoré de ella, como se enamora de los
atardeceres de otoño. Aquellos que sus caídas de hojas hasta parecen musicales.
Para mí M, tiene la habilidad de convertir el gris en colores, el agua en
vida y la música en esperanza. Así es ella, una sinfonía de músicos invisibles.
Claro, cada una de sus aventuras me llevaba a lo más profundo
de mis miedos y me devolvía más fuerte, como se debe. A lo mejor cuando nos
conocimos, en edificio derruido, casi en llamas, nunca pensamos en la magnitud
de nuestros encuentros, algunos furtivos, otros anónimos, pero muy
significativos.
Ahora, al escribir estas letras, pareciera que cada palabra
que pongo no puede expresar la profundidad de nuestros actos. Como la vez que
nos pusimos a ver las estrellas a la orilla del lago después de un tazón de
queso y frijoles. O la vez que se quedó dormida mientras cantaba a Sabina en la
carretera un sábado por la noche. A lo mejor los recuerdos se construyen con
las veces que nos desvelamos tratando de arreglar el mundo, sin arreglarnos un
poco para nuestro futuro.
Pero los recuerdos, las anécdotas y las aventuras abundan,
como las sonrisas tras el lente de la cámara de las fotos que aún guardo y que seguramente
recordaremos por siempre. En las historias siempre hay sonrisas, y esas son las
que prefiero recordar, con la fuerza que ella me dejó y la que se mantiene
viva.
Ella tiene la habilidad de
convertir el queso en quesadilla, don dejado a las manos hábiles de las
musas del Olimpo que poco conocen de cocina hasta que se topan con las quesadillas.
Ella conocía la habilidad de amar sin
tocar, de besar con los ojos y de acariciar con su olor. Esas habilidades con
las que se nacen y pocos conocen que es una ciencia casi oculta y que no está disponible para los mortales. ¿Si
me enamoré?, el reto no es enamorarse, el reto es desenamorarse, desprenderse
de esa parte tan importante en la vida porque ya cumplió su misión aunque uno
en el fondo sepa que aún hay más.
M. tiene por las manos al universo y por cabellera a las
estrellas. Ella tiene el mundo sostenido en sus pupilas y el universo
transformado en palabras, esas con la que tanto luchamos y por las que tanto
suspiramos.
M y yo ya no estamos juntos. Y aunque parezca paradójico no
se puede engañar al destino, claro que la extrañaré, pero también es
comprensible que los recuerdos buenos nunca se olvidan.
Para ella, la que dormía tarde por sus sueños, la que
saltaba de nube en nube con una pijama de vaquita y piecitos, la que colgaba
sus recuerdos de las paredes, la que separaba sus libros por emociones, la que
dibujaba y no mostraba a nadie sus obras de arte, la que se escabullía en la noche
para construir su futuro, la que mantiene a esperanza porque este puede ser un
mundo mejor, la que viaja y no se cansa, la que busca las consignas, la que
guarda secretos sin guardarlos, la que atesora un álbum de fotos de un viaje al
fin del mundo, la que me regaló una camisa, la que la vence el sueño a media conversación,
a ella, a la cuidadora de gatos y mamá de peque, está dedicada este bolero.
Ángel Elías
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