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Foto: pixabay.com |
Los grandes relatos comenzaron en la infancia y los recuerdos los tejía la abuela sentada en el corredor de la casa. Fueron horas de la tarde cuando se sentaba a limpiar manías que regalaría a los nietos que llegaban a casa.
María se llamaba, pero le decían Maruca. Fue la segunda esposa de mi abuelo y quien crió a todos mis tíos porque mi abuela de sangre murió de un cáncer en el esófago a los 30 años, edad a la que dio vida a 6 hijos, que incluyó a mi mamá. María se casó meses después con el abuelo y pasó a ser parte de la familia y con ello mi abuela de corazón.
Mis primeros recuerdos que tengo de María son los cumpleaños, los postres y los fiambres. Cada 1 de noviembre era una fiesta de embutidos y verduras. Y eran la envidia de muchos en el barrio. Los vecinos llegaban a pedirle una "reliquia" para degustar en casa. Una de sus principales historias era que había conocido a Miguel Ángel Asturias en la casa de un médico que la contrató como cocinera. Siempre dijo que era un tipo bromista y bonachón. Cuando murió, el fiambre se empezó a comprar en la tienda, nunca supo igual.
Ella era experta en organizar cumpleaños, los chonguengues que hacía que todos los nietos llegaran a la casa, eran como 10 los pequeños se juntaban para correr por los corredores y rayar el piso con los zapatos de suela de cuero con tachuelas. Su especialidad era el pepián y los mariscos. A lo mejor esas cosas se heredan y el buen gusto por los mariscos fue su regalo.
El 17 de junio era día de comer ancas de rana. Las encargaba a los señores que llevaban la leña y las ponía dentro de una cubeta. Las comíamos asadas. Claro, pobres ranitas, pero la abuela gustaba de comerlas y me enseñó a comerlas, al igual que los pescaditos con salsa de tomate y los zompopos.
Cada cierto tiempo, ella sacaba las tinajas que tenía guardadas en la cocina y al abrirlas solía sacar vinagre para embotellar, no recuerdo si las vendía, seguramente sí. Me decía que el secreto eran los marineros (una especie de hongo con forma de gusano, para hacer el vinagre) que vivían en las tinajas. Siempre asomaba la cabeza para ver si alguno salía de allí. Eran varias botellas que se apilaban y que poco a poco se llenaban.
Ella era la que guardaba mis juguetes en un costal que pocas veces supe dónde estaba porque tenía el don de mando en la casa. Era la que ordenaba la hora de la comida.
Preparaba tamales en Navidad, fiambre en noviembre, molletes en cuaresma, pollo dorado en los cumpleaños y la cocina, a petición de ella, era enorme, con dos hornos y muchos “trastes”. De los cuales nunca terminé de entender su función hasta años después.
Para el colegio me daba 25 centavos que me alcanzaban para un ricito, la bendición y me dejaba ir, como quien se va a un viaje de miles de kilómetros. Otras veces tenía que irme con mis papás a otro pueblo porque mi papá tenía su plaza de maestro allí. Ella se quedaba llorando y esperando que el mes pasara pronto para reencontrarnos.
Los días de tormenta ella sacaba la ceniza del horno de leña para calmar a la lluvia. Hacia cruces con ceniza y oraciones. Las dibujaba en el piso del corredor y el viento se calmaba, era como un ritual. Con el tiempo entendí que era una vieja ceremonia a Cha’ak, la energía de la lluvia maya, que seguramente quedó en el subconsciente de la abuela María Tay.
No quise ser testigo de su muerte, yo tenía 13 años y no quería verla postrada en su cama, porque yo la recordaba alegre, fuerte y dulce. No la quería ver en lo que pensaba como un derrotero de la vida. Ella pidió verme y a regañadientes acepté llegar. Ella estaba tranquila, con un leve ronquido en su pecho, un hervor que le dicen. Eso no es más que el anuncio que la muerte estaba cerca. Seguramente la muerte vigilaba aquella habitación, sentada al lado contrario de donde me encontraba. Solo alcancé a tomarla de la mano que tenía en el pecho y decirle adiós. No podía decirse más ante tal tragedia. Nos despedimos en silencio, como si ya todo estuviera dicho. Ella murió cinco minutos después, fui el último en verla.
De la abuela recuerdo: sus cruces de flor de muerto, su altar de santos, el olor a agua florida, su cuadro de San Pacual Bailón, sus cortes y güipiles, la vestida de la cruz el 3 de mayo, el perfume que le regalaba a la imagen del Señor de Esquipulas que pasaba frente a la casa cada 15 de enero, de ella recuerdo los nacimientos de navidad y su cariño.
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