Este escrito viaja entre lo gracioso
y lo que ocultamos como humanidad, nuestros desechos, en otras palabras, las excreciones. Pero no se alarme querido lector, este libro no tiene nada malo, al contrario, es una reflexión sobre lo que callamos al momento de ir al sanitario. Dios tiene tripas comienza con una frase del escritor Milan Kundera, que titula a los ensayos: “Una de dos: o el hombre fue creado a semejanza de Dios y entonces Dios tiene tripas, o Dios no tiene tripas y entonces el hombre no se le parece”, frase que encontramos en su novela La insoportable levedad del ser y claro, qué más insoportable que no poder ir al baño en una emergencia o en todo caso, qué nos provoca más levedad que lograr solventar esa emergencia.
Los ensayos de este libro son hilarantes, fantásticos y provocan sonrisas de complicidad con la autora, porque nos pone en la mesa esos momentos que pensamos privados y que, en la vorágine de hacer público todo en las redes sociales, el acto de defecar u orinar se remite a un plano invisible y silencioso. ¿Acaso no todo mundo tiene necesidad de ir al sanitario? ¿Acaso hay algún ser fuera de este mundo que nunca ha defecado? Entonces ¿por qué tanto secretismo de un acto tan natural?
Dios tiene tripas trata de bajar el balón, a través de un ensayo sobre esos argumentos. Lo logra de una manera creativa, hábil y cotidiana. En uno de sus artículos se dedica a desmenuzar la curiosidad en los baños ajenos. Seguro, si un invitado entra al baño de cualquier casa encontrará entretenido fisgonear entre los frascos que hay frente al espejo. A lo mejor, como detective trata de suponer cuáles son sus gustos oscuros, desentrañar la paradoja de su personalidad o simplemente descubrir el secreto de su tersa piel. “Los invitados suelen perderse en esa curiosidad de espía que trepa por las etiquetas y los frascos. ¿En verdad este hombre usa un tratamiento de almendras tailandesas para la barba?”, se pregunta la autora.
También navega por la literatura que permanece en los baños públicos, como aquellos jeroglíficos casi egipcios que narran las aventuras, hazañas u ocurrencias de un usuario. Entonces, los que pasan por aquellas paredes pueden tener un momento de coincidencia con alguien que dejó evidencia de su permanencia en este universo con la frase: “Pedro estuvo aquí”, cosa que lo vertiginoso de nuestra sociedad no hubiéramos sabido, si no es porque Pedro se inmortalizó. Rivero hace un recorrido por aquellas frases, algunas de los millones que están en los baños para traérselas a sus libros (¿Acaso así, en un libro ya se puede considerar literatura?) Entre aquellos escritos en las paredes de los baños hay poetas populares: “La desdicha total/ de un lugar tan sagrado/ es pujar y pujar/ sin llenar el escusado”. A lo mejor esta frase, que encontró en un restaurante: “El amor nunca trae nada nuevo/ el amor trae algo mejor”, frase por demás inspiradora, esa palmadita en el hombro que todos merecemos.
Así, sin pretensiones académicas, si no por el puro placer del ejercicio de la palabra, el cual la autora hace gala, este libro se goza de principio a fin y me deja con la pregunta ¿Cómo será el baño de Dios?
Ángel Elías
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