La semana recién pasada hubieron dos hechos en el mismo día que siguen marcando un patrón común en el país: la muerte. El primero, una mujer de 32 años se arroja de a un precipicio de la mano de su hija de dos. Luego un agente de la policía municipal capitalina da muerte a un niño de 8 años, por una guayaba.
Dos acontecimientos dignos de una película de horror. Desdichadamente una realidad constante en Guatemala. Según las noticias, la mujer suicida, tenía serios problemas mentales. Tomaba medicamentos que la mantenían tranquila en el hospital de salud mental. La medicina le era administrada en el hospital general como consulta externa. Pero, en este país de contradicciones, la consulta externa del hospital general está en huelga desde hace ha 170 días. Medida de presión tomada porque el gobierno no abastece de medicamentos ni insumos, como es su obligación, a los hospitales.
Por tanto esta mujer ya tenía varios meses sin tomar el medicamento. Volviéndose un peligro para sus parientes. En varias ocasiones agredió a sus hijas llegando al punto de amenazar y perseguir a una con un cuchillo en mano.
La familia optó por alejar a las hijas mayores y ella se quedó con la hija pequeña, con quien tenía una mejor relación. La mañana que ocurrieron los hechos, dicha mujer, dejó hecho el desayuno a su esposo, lavada la ropa y tendida. Su esposo la fue a dejar a la parada del bus porque ella iba el centro de la ciudad. Con su hija de la mano, emprende el viaje hacia su muerte.
Ya en horas de la noche su esposo llama a su suegra, preocupado porque su esposa no regresa. Ya que todo el día estuvo fuera, ella no acostumbra eso. Preocupado, la espera con el televisor encendido. En las noticias, hablan acerca de un suicidio en el puente del Incienso. Con horror aquel hombre reconoce que uno de los cadáveres que salen de la boca de aquel barranco lleva los zapatos de su hija de dos años. La misma que despidió en horas de la mañana.
Aquella mujer se arrojó al precipicio con su hija en brazos, una niña inocente, que se aferró en su caía a los cabellos de su madre. Ya que encontraron entre sus manitas restos de la cabellera de su madre.
En la casa del matrimonio, encontraron al violentar una de las habitaciones que ella había cerrado, y de la cual solo ella tenía las llaves, varias cartas de despedida. Una despedida que al final de cuentas fue mortal.
Luego un policía asesina a un niño de ocho años en la ciudad.
Esa misma mañana, un grupo de niños esperan un bus que los llevará a recibir unas clases de pintura, a centro de la ciudad. En la espera que se les hacía larga, encontraron un árbol de guayabas, cargado de ellas. Los niños se suben al árbol para bajar algunas. En ese momento policía municipal, les dice que se bajan de allí. Ellos no hacen caso y siguen en el árbol. Les inquiere diciendo que si no se bajan les dispara. Los niños siguen sin hacer caso.
El policía, quien tuvo entrenamiento militar, le dispara acertándole a uno en la cabeza. El niño muere instantáneamente. Al percatarse de ello los demás niños salen corriendo y el policía los persigue. Ahora la madre exige justicia ante la muerte de un niño, que recibía clases de pintura y su gran delito desear una guayaba.
En este país de injusticias y contrariedades, donde funcionarios públicos campean en la impunidad y corrupción, los ciudadanos tienen que enfrentarse a una salvaje sociedad de perturbados mentales.
Dos vidas irrecuperables, de dos inocentes niños, con casi toda la vida por delante, fueron cortados por atrocidades.
El gobierno de oídos sordos. Si no se paseara la corrupción, el problema de los hospitales se hubiese resuelto ya. Y sí la seguridad fuera un tema determinante, entonces muchos ciudadanos no hubieran cargando la psicosis que los enferma más. Y no es de extrañarse que con el tiempo aparezcan más casos símiles.
Sin embargo, cualquiera que piense en el suicidio como una salida debe tener un serio problema mental. Comparto la visión de Albert Camus, con respecto a quitarse la vida, cuando argumentaba que habían formas más dignas de morir.
Entonces mi bella Guatemala, se desquebraja y sus pedazos paran el fondo de cualquier basurero clandestino, sin que podamos hacer algo por evitarlo.
Dos acontecimientos dignos de una película de horror. Desdichadamente una realidad constante en Guatemala. Según las noticias, la mujer suicida, tenía serios problemas mentales. Tomaba medicamentos que la mantenían tranquila en el hospital de salud mental. La medicina le era administrada en el hospital general como consulta externa. Pero, en este país de contradicciones, la consulta externa del hospital general está en huelga desde hace ha 170 días. Medida de presión tomada porque el gobierno no abastece de medicamentos ni insumos, como es su obligación, a los hospitales.
Por tanto esta mujer ya tenía varios meses sin tomar el medicamento. Volviéndose un peligro para sus parientes. En varias ocasiones agredió a sus hijas llegando al punto de amenazar y perseguir a una con un cuchillo en mano.
La familia optó por alejar a las hijas mayores y ella se quedó con la hija pequeña, con quien tenía una mejor relación. La mañana que ocurrieron los hechos, dicha mujer, dejó hecho el desayuno a su esposo, lavada la ropa y tendida. Su esposo la fue a dejar a la parada del bus porque ella iba el centro de la ciudad. Con su hija de la mano, emprende el viaje hacia su muerte.
Ya en horas de la noche su esposo llama a su suegra, preocupado porque su esposa no regresa. Ya que todo el día estuvo fuera, ella no acostumbra eso. Preocupado, la espera con el televisor encendido. En las noticias, hablan acerca de un suicidio en el puente del Incienso. Con horror aquel hombre reconoce que uno de los cadáveres que salen de la boca de aquel barranco lleva los zapatos de su hija de dos años. La misma que despidió en horas de la mañana.
Aquella mujer se arrojó al precipicio con su hija en brazos, una niña inocente, que se aferró en su caía a los cabellos de su madre. Ya que encontraron entre sus manitas restos de la cabellera de su madre.
En la casa del matrimonio, encontraron al violentar una de las habitaciones que ella había cerrado, y de la cual solo ella tenía las llaves, varias cartas de despedida. Una despedida que al final de cuentas fue mortal.
Luego un policía asesina a un niño de ocho años en la ciudad.
Esa misma mañana, un grupo de niños esperan un bus que los llevará a recibir unas clases de pintura, a centro de la ciudad. En la espera que se les hacía larga, encontraron un árbol de guayabas, cargado de ellas. Los niños se suben al árbol para bajar algunas. En ese momento policía municipal, les dice que se bajan de allí. Ellos no hacen caso y siguen en el árbol. Les inquiere diciendo que si no se bajan les dispara. Los niños siguen sin hacer caso.
El policía, quien tuvo entrenamiento militar, le dispara acertándole a uno en la cabeza. El niño muere instantáneamente. Al percatarse de ello los demás niños salen corriendo y el policía los persigue. Ahora la madre exige justicia ante la muerte de un niño, que recibía clases de pintura y su gran delito desear una guayaba.
En este país de injusticias y contrariedades, donde funcionarios públicos campean en la impunidad y corrupción, los ciudadanos tienen que enfrentarse a una salvaje sociedad de perturbados mentales.
Dos vidas irrecuperables, de dos inocentes niños, con casi toda la vida por delante, fueron cortados por atrocidades.
El gobierno de oídos sordos. Si no se paseara la corrupción, el problema de los hospitales se hubiese resuelto ya. Y sí la seguridad fuera un tema determinante, entonces muchos ciudadanos no hubieran cargando la psicosis que los enferma más. Y no es de extrañarse que con el tiempo aparezcan más casos símiles.
Sin embargo, cualquiera que piense en el suicidio como una salida debe tener un serio problema mental. Comparto la visión de Albert Camus, con respecto a quitarse la vida, cuando argumentaba que habían formas más dignas de morir.
Entonces mi bella Guatemala, se desquebraja y sus pedazos paran el fondo de cualquier basurero clandestino, sin que podamos hacer algo por evitarlo.
Angel Elías
Comentarios
Saludos.