
A Andrea
A todos en alguna ocasión nos toca la sala de espera en nuestra vida. Y es esa parte de nuestra vida cuando las cosas se quedan en una extraña pausa. Después de un ajetreo intenso todo se vuelve silencio y es una pausa rara. Allí donde el mañana aparentemente es incierto. Allí donde extrañamente nos sometemos al peor de nuestros miedos… el tiempo.
Desde el principio de la humanidad hemos tenido miedo a este ser, el cual no podemos controlar. El tiempo siempre ha sido uno de nuestros enemigos más aguerridos. Y siempre salimos perdiendo. ¿Detenerlo? ¿Contenerlo? ¿Regresarlo? Simplemente imposible. A la larga hemos declarado una guerra contra ese ser tan misterioso. Hemos logrado reproducir el tiempo en una escala mínima y controlada. Por ello tenemos televisión, cine y fotografías. Pero en este vano y torpe intento el tiempo simplemente ríe y sigue su camino. ¿Acaso hemos logrado por lo menos desgarrar el tiempo para hacer más decorosa nuestra derrota? No.
El tiempo continúa aunque nosotros no lo queramos. Aunque en realidad lo que nos mata es la pregunta de lo que ese tiempo nos depara y por supuesto su espera. Una espera que corrompe, que desespera, pero ¿Por qué esperamos? ¿Por qué le seguimos ese juego a la vida, al tiempo?
Las respuestas pueden ser variadas. Ciertamente el tiempo no es más que ese gran rollo en el que se envuelve un sin fin de preguntas e incertidumbres. El tiempo pasa y poco podemos hacer para detenerlo. ¿Qué haría usted con una máquina del tiempo? pregunta nos hacemos en nuestros encuentros más infantiles. ¿Qué niño o adulto no quisiera una máquina del tiempo para dominar lo indomable? De alguna manera las cosas que soñamos como seres humanos se derivan de nuestras imposibilidades. ¿Volar? Lo pensamos cuando no podíamos.
Con el paso del tiempo, de los años la espera es inentendible. Pero mientras esos segundos pasan, mientras esos minutos avanzan la espera se hace más creíble. La sala de espera entonces se vuelve nuestra casa. Y claro, todo cambia afuera, el tiempo continúa. Es una decisión muy personal el mantenerse en un lugar, un tiempo, todo el tiempo necesario. ¿Cuánto se debe esperar? La medición del tiempo es un invento humano. Por esa necesidad de justificar y medir lo que no se entiende. La espera es atemporal. Nadie decide cuanto mantenerse allí.
¿Qué es lo que en realidad nos mantiene en esa espera? ¿Qué fuerza nos hace quedarnos sentados en una sala de espera donde nadie da respuestas? Allí nos damos cuenta que el tiempo para cada uno es diferente, es relativo. Para unos es grande, para otros es pequeño. A la larga comprendemos que es el necesario. Ni un segundo menos, ni un segundo más. Que cuando creemos que el tiempo se acaba en realidad no es cierto. Porque por alguna extraña razón todo está calculado infinitecimalmente. ¿Qué nos mantiene aferrados a este mundo de esperas? ¿Qué nos mantiene lúcidos en este laberinto de torturas atemporales? ¿Qué nos mantiene a la expectativa por lo que vendrá? ¿Qué nos mantiene al margen de la locura completa en esta sala de espera donde esperamos lo inesperado, donde todo y nada puede pasar?
Lo que nos mantiene allí es la esperanza, algo para lo cual el tiempo no está preparado.
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