Hay cosas que te dejan perplejo. JS apareció sin que yo lo
supiera. Ya desde tiempo la conocía, en la medida que la conoce casi toda
Guatemala, por su participación en un certamen de belleza. Evidentemente hay
cosas que son parte del trabajo. Aunque muchos asocian la belleza, en un
estereotipo, ahora creo injusto, con la idiotez y la trivialidad. Ahora sé que
no debe ser necesariamente así.
Esa tarde llegué temprano, con mi cámara, para cosas de
rutina, venía de un incendio y un retén policiaco. Cosas que ocurren todos los
días. El editor me dijo que tenía que cubrir una sesión de maquillaje y luego
un servicio religioso. Más con fastidio que desgano me dirigí a aquel lugar. Nadie
había llegado. Me siento en una sala blanca con acabado fashion, yo llegué con
un poco de pena por ensuciar aquellos sillones blancos incólumes. De esos que
no tienen donde apoyar los brazos. Me senté en una orilla como no queriendo
manchar con restos de ceniza por el desastre en el que había estado minutos
antes. Una señorita llega y me pregunta por mi procedencia. Vengo de El Tiempo,
le respondo. Se me queda viendo como con duda, la maquillista y la modelo
vendrá en un momento, me comenta antes de irse. Tomé una revista y la hojeé con
desgano mientras esperaba. Pasaron unos minutos sin que nadie entrara, pensé
que se había olvidado de mí.
La puerta se abre y entra ella. No la reconocí por sus gafas
negras. Llega de jeans, tenis y una maletita en las manos. Se presenta y hasta
entonces asevero su identidad. Me sonríe y me pregunta cómo estoy, encenizado,
le contesté, entendió mi mal chiste y nuevamente sonrió.
Yo le tomaré las fotos, le digo. Perfecto, dice, pero vengo
de gimnasio, no quiero que me tomen fotos así. Sale de aquella sala, como
buscando a alguien. Vuelve segundos después y me pregunta por el baño, le
señalo la puerta del fondo, la que yo supongo, puede ser. Todas las puertas del
fondo son del baño, intuyo. Ella se dirige presurosa con su maletita. Regresa para
comentarme que está cerrado con llave, que no la puede abrir. Veré que puedo
hacer, le dije. Salí al corredor, no había nadie. Regreso con las malas
noticias. No hay llave.
Ciertamente eso me preocupó un poco, ya que necesitaba las
fotos y ella se retrasaría en cambiarse de ropa para la sesión.
Juro que no se me olvidará esa tarde. Ella se levantó tomó
su bolso lo abrió y lo dejó en el suelo y frente a mí se empezó a desvestir. Con
toda la carga de sensualidad que solo ella podía transmitir. Con la naturalidad
que tienen las mujeres al sentirse en confianza. Era como admirar por primera
vez las pirámides de Egipto o la ciudad perdida de Machu Pichu. Todo ocurría en
cámara lenta. Su cabello se deslizaba por las prendas que una a una iba cayendo
vencida en aquel espectáculo reservado para momentos indescriptibles. Con sus
pestañas abanicaba el tiempo y con sus brazos hacía figuras inentendibles en el
aire. Evidentemente no le dio mala espina este fotógrafo lleno de ceniza y humo
de camión de bomberos.
Ella quedó en ropa íntima por unos segundos antes de ponerse
otro traje. Mi silencio dijo todo. Cualquier palabra, sonido, pensamiento
absurdo perturbaría el momento.
Al momento de terminar de ponerse su traje, quedan unos
segundos antes de que entre la maquillista. ¿Qué se puede decir en ese momento?
¿Acaso hay vocablo alguno que explique la belleza del universo?
Ángel Elías
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