Hay algo que se me remueve al leer la poesía de Jaime
Sabines. Tienen un toque tan simple, pero maravillosamente hermoso que lo hace
único. “Mi corazón desde hace días quiere hincarse/ bajo una caricia, una
palabra”, recita en uno de sus versos, es que acaso no es posible conmoverse
con tan sublimes palabras.
Sabines tenía la habilidad de rearmar el mundo con frases
aparentemente triviales, pero no lo son. Son palabras que le llegan al alma
para conmover la hebra más profunda del corazón. Por donde quiera que se le lea
a Sabines le sobra sentimiento y cuando a nosotros nos faltan palabras.
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La estación Bellas Artes, se encuentra como enterrada entre
jardines. Salir de ella es como aparecer de las entrañas de la tierra. Con su
vapor vespertino y las personas presurosas.
Yo, caminaba entre ellas, como
arrastrado por una corriente invisible de cuerpos y ojos.
Un viejo toca el saxofón y más adelante un joven toca su
acordeón por unos pesos. Su sombrero se llena conforme la gente avanza. Esta vestido
de jeans y bufanda. Algunos se detienen por momento y otros, seguramente
acostumbrados a verlo todos los días, ya no se detienen.
Veo a aquel joven interpretando melodías de jazz. Un poco
desafinado para mi gusto. Le dejo 20 pesos y agradece con un gesto. Las
entrañas del metro tienen ruidos raros, como a paso del tiempo en carriles de
metal. Huele a tiempo y ciudad hundiéndose. Camino por sus pasillos hasta salir
a la calle. Allí los edificios grises se levantan hasta sorprender al cielo. Las
luces de la ciudad lentamente se encienden, los autos recorren las calles como
siguiendo un camino invisible. La ciudad
de México tiene un encanto que envuelve. Una cosmopolita ciudad entre
los trópicos.
Frente a Bellas Arte se levanta una exposición de Botero, admirándose
del paso citadino y los flashes de los curiosos paseantes.
Nada puede sorprender más que encontrar el arte depositado
en la calle.
Ángel Elías
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