Aquel lugar no parecía tan diferente al de otras ocasiones. Me gusta entrar a sitios desconocidos para saborear un poco aquello de las experiencias nuevas. Ahora saboreo manjares chinos y me he dedicado a buscar restaurantes más o menos reconocidos. De pequeño la comida china era algo extraño, exótico y que solo lo comían en las películas. Todos los restaurantes a los que he llegado tienen algo chino, inscripciones o fotografías. La mayoría de lugares tienen características parecidas, los colores dorados, blancos y rojos son la preferencia. Este lugar no era diferente. Tenía el menú en inglés y español. Parecía libro de secundaria para ese otro idioma. Pato Duck, comida food y cosas por estilo. Lo único chino que tenía era un pequeño cuadro escrito en mandarín y sus dueños. Fui con un amigo que frecuenta ese lugar.
El dueño del sitio es un chino que pocas veces sale de la cocina. Y sale solo a gritar. Tiene su gabacha blanca y me lo imagino partiendo, probando y regañando cuando las cosas no salen bien, en mandarín, claro. Este amigo me cuenta que el cocinero, tiene una sazón inigualable. Que su comida es deliciosa. Aunque no sé cómo pedir de un selección de casi 60 platos distintos. Y pido el que más me parece conocido. Una sopa… de algo con champiñones. Me llevan un caldo blanco.
Además me cuenta que ninguna camarera les dura más de dos meses. Que les gritan y se exasperan y las chicas salen después de días de maltrato. Es una estrategia, me cuenta mientras prueba su pedido, así no les pagan prestaciones. Él sigue ingiriendo algo con mucha verdura, pescado y arroz. Pone cara de sabor. ¿Cuál es esa cara? Cuchara en la boca…. Cerrar los ojos y levantar el mentón con los ojos chinitos.
La dueña del restaurante es otra china que se tiene que aguantar al esposo. Cuentan que sale a gritarle y la doña solo pone cara de resignación. Luego ella remata con las empleadas. Los regaños son en mandarín, y hacia las empleadas son en español y se quedan chinas.
Tienen en el mostrado una pecera con varios ejemplares de colores y tamaños, allí parecen que se divierten los niños siguiendo con sus dedos en el vidrio a los pececillos. Es un lugar bastante cotidiano. Sin más trascendencia que los chinos, lo que hace más atractiva la visita, todavía más que la comida es su hija
En efecto, tienen una hermosa hija que atendió cualquier mesa, menos nuestra. Una mujer de ojos rasgados y fantásticamente bella, y no es cuento chino. Es que de hace algunos años me han llamado poderosamente la atención mujeres orientales. Y hasta ahora puede ver a una tan cerca como para poderla escuchar hablando perfecto español. Tiene como 19 años y creo que se percató que la veía con cara de bobo. La gente que llega a comer allí comenta, cuando les pregunto sobre ella, que es la única que le grita al cascarrabias de su papá. Se meten unos alegatos en mandarín que solo ellos entienden. Pero ¿En realidad se maltratarán? O a lo mejor es su forma de hablar ¿Y si así se dan los buenos días?
Por lo pronto, la comida estuvo deliciosa, la vista mejor. Una joven chinita acompañó con sus movimientos mi almuerzo, limpiando, tomando ordenes, sirviendo y llevando cuentas. Creo que volveré, aunque no creo hablarle. Hay magias que no deben romperse. Además, me comentan, el papá tiene una colección de cuchillos dentro de la cocina.
Ángel Elías
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