
En uno de mis últimos viajes me llevaron a un restaurante que no conocía y al que casualmente me encuentro una vez más. ¿Su especialidad? El Torito. Juro que yo pensé en ese momento que me pasarían un animal vivo. Mi primo se encargó de explicarme que era solo una especie de hamburguesa y que era muy rico. Comí el famoso Torito y no lo sentí tan maravilloso. Allí me pasaron llevando mis papás para regresarme al pueblo. Recuerdo esas calles aledañas de una manera difusa. Creo fue porque la veía a través de los cristales del lugar. Tengo en la memoria autos, gente pasar apresurada y mucho cemento, además de un jardín frente al lugar donde estaba. Hasta la fecha siempre me pregunté donde quedaba ese sitio sin recordar exactamente. Hasta hoy.
Cuando pasé frente al lugar, una serie de imágenes se me abalanzaron en la memoria. Estaba dentro de la máquina del tiempo con 8 años de nuevo. Todo tenía entonces sentido y aquel lugar no había cambiado desde hace 18 años. Tiene las mismas mesas, los mismos colores salidos de una película de los años 80’s y que impunemente pasaron por los 90 y llegaron hasta este siglo. Siguen vendiendo toritos en la ciudad de Guatemala. Creo que el menú sigue siendo el mismo.
Yo soy muy dado a los recuerdos. La ciudad está cargada de ellos y mi paso por sus calles son una serie de imágenes cargadas de nostalgia. Entonces su ruido y su bruma no es más que una interferencia ayudada del tiempo, una grabación vieja.
Durante muchos años pasé mis vacaciones en la ciudad de Guatemala, hasta que ya no me recibieron, tal vez porque crecí y dejé de ser ese chico tierno que se asombraba del mundo. Y es que ciertamente todo era nuevo para mí. Un patojo de pueblo en la gran ciudad, en ese mundo cosmopolita que representaba. La última vez que llegué con mis tíos estaban separados. Me quedé con mi tía política, era noviembre, y todo parecía tan gris y frío. Yo ya estudiaba en la universidad y no salimos a ningún lado. Nos quedamos tres días platicando y tomando café.
Todo de alguna manera acaba. A veces porque así tenía que ser, otras veces simplemente no entendemos. Entonces los recuerdos son lo único que nos queda. Al regresar a casa esa última vez sentí que algo terminaba. Que ya las cosas no eran las mismas. Desde entonces no volví.
Ángel Elías
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